Que Jesús haya nacido en un pesebre y vivido una infancia humana nos invita a reflexionar sobre uno de los momentos más vulnerables de su existencia. A pesar de ser el Hijo de Dios, experimentó la necesidad de depender de una familia, de recibir el cuidado y el amor de otros para crecer. Esta realidad nos muestra que, a través de su humildad y fragilidad, Jesús se acerca a nuestra propia humanidad. Su historia no solo nos recuerda su divinidad, sino también su cercanía, ofreciéndonos esperanza al saber que su corazón está profundamente unido al nuestro.