¿Qué haces cuando has lastimado el corazón de tus padres o de tus hijos?
Aunque tratemos de hacer lo mejor para mantener buenas relaciones con nuestros padres o nuestros hijos, algún momento cuando menos lo pensemos llegarán aquellas situaciones incómodas o molestas que fragmentarán los lazos que creímos se mantenían fuertes.
Con nuestros padres la relación puede verse fracturada por puntos de vista diferentes al estilo de vida que llevamos, reglas opuestas a la crianza de nuestros hijos, la ingratitud ocasionada por el apremio de los días, por críticas emitidas sin pensar y tantas cosas más.
Con nuestros hijos, la situación es similar…, podemos romper esa hermosa relación de amor por comentarios hirientes, por no estar presentes en sus logros de cada día, por evadir sus creativas conversaciones debido al extenuante cansancio, o por no vivir conforme a lo que profesamos.
A la final… cualquier palabra o acción, que no proceda de lo que es verdadero, de lo que es honesto, justo, puro, o amable, puede ocasionar heridas que consumirán nuestro ser, afectarán al resto de nuestro entorno inmediato, dañará nuestra relación con Dios, y Satanás que es tan sutil se aprovechará para ir creando raíces de amargura que con el tiempo darán sus frutos. Por eso es tan importante, buscar lo más pronto posible, la restauración de una buena relación con nuestros padres e hijos.
Restaurar una relación requiere arrepentimiento. No basta con decir: «Lo siento»; «me equivoqué; por favor, perdóname.» El arrepentimiento es admitir el mal que hemos hecho y sentirlo de verdad.
Restaurar una relación requiere restitución. A veces tenemos que realizar algún tipo de restitución física, material o emocional a nuestros padres o hijos. Incluso cuando nos han perdonado, no significa que estamos libres de esto. Todavía tenemos que pagar una deuda causada por el daña de nuestras acciones o palabras.
Restaurar una relación requiere reconstruir la confianza. Cuando alguien nos lastima, tenemos que perdonarlo inmediatamente. El perdón se basa en la gracia y es incondicional. La confianza tiene que ser reconstruida en un período de tiempo con nuestras acciones y esto lleva un largo trecho.
Los problemas con nuestros padres o nuestros hijos, no faltarán; nuestro llamado está en reconocer nuestra responsabilidad y nuestro pecado, primero, ante Dios. Gálatas 6:5, dice: “Cada uno es responsable ante Dios de su propia conducta”.
Y luego, ante la persona ofendida; haciendo todo lo posible, con el fin de volver a tener su gracia y su amor.