Con el corazón de un niño
Al margen de nuestra condición económica o familiar, siempre hay episodios de nuestra niñez que recordamos con vívida emoción. Un estudio reciente, realizado por científicos alemanes y estadounidenses, demostró que los niños que conocen sus propias emociones y las de los demás seres humanos, sufren menos problemas de atención.
En cambio os niños que no comprenden sus emociones a menudo parecen distraídos, porque su atención está orientada a explicarse las emociones negativas de los adultos y la regulación de sus propios sentimientos.
Los niños tienen grandes habilidades sociales o capacidades cognitivas, lo que les permite interactuar más fácilmente y les hace más susceptibles a imitar las acciones de otros y ser solidarios y amorosos.
De otra parte un equipo de científicos franceses ha descubierto que el buen humor de un niño, además de ser una gran medicina, también le ayuda a aprender nuevas tareas de una manera más natural y efectiva.
Cada etapa de la vida es encantadora, pero con la niñez ninguna otra puede compararse, porque es la etapa de la inocencia, de las ilusiones, de creer en los demás y de tener nuestro corazón limpio de maldad.
Cuando se es niño, no existen malos pensamientos, envidias, celos, resentimientos, amargura, odio, preocupación; tan solo hay gozo y el deseo de que cada segundo sea inolvidable en la vida.
Dios desea que seamos como niños para entrar en su presencia. Él busca que no cuestionemos, no razonemos ni dudemos, sino que disfrutemos de todo lo que él nos da.
Creamos en sus promesas y esperemos el cumplimiento de ellas en el día a día de nuestra existencia, porque solamente de esta manera disfrutaremos nuestra vida con el corazón de un niño.