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Diciembre es probablemente el mes en el que más se piensa en Dios. Se cantan villancicos, se montan pesebres y, de alguna manera, el corazón se vuelve más sensible. Pero aun así, muchos siguen viendo a Dios como alguien lejano: grande, sí, pero distante; el Altísimo que habita demasiado alto como para entender lo que pasa aquí abajo.
Sin embargo, el nombre El Elyón no habla de un Dios lejano, sino de un Dios majestuoso. Elyón significa “el más alto”, pero no en distancia, sino en autoridad y gloria. Desde Su grandeza, Él contempla todo. Como quien mira una ciudad desde lo alto y la comprende en su totalidad, Dios ve nuestra vida con una mirada perfecta: nada se le escapa.
Y fue precisamente desde esa altura que decidió descender.
El Altísimo miró nuestra pequeñez y vino a rescatarnos.
El que sostiene el universo se acostó en un pesebre.
En Navidad recordamos que Su grandeza no lo aleja de nosotros: lo acerca.
El Elyón sigue siendo el más alto… pero su mirada alcanza hasta el corazón más pequeño
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“El adorno más valioso”
Cada uno elige el adorno que más le gusta y comparte por qué es especial.
Luego todos deciden cuál colocar más arriba (símbolo de “lo más valioso”).
Hablen de que, por encima de todo, Jesús es lo más alto, lo más importante.
Terminen orando: “Sé el primero en nuestra Navidad.”