Caos, queja y agradecimiento
Esta mañana tomé el autobus para ir a mi trabajo, como es usual a esa hora de la mañana estaba abarrotado, no había lugar para que una persona más cupiera pero aun así se acomodaban y entraban más y más, impresionante. Como es de imaginar habían gritos, algunos se quejaban, insultaban y claro, el conductor se llevaba la peor parte.
Seguro esta imagen te resulta familiar, si vives en una cuidad grande donde hay problemas de congestión vehicular sabes de lo que hablo. Vivo en Quito, la capital de los ecuatorianos donde la superficie es de 324 km² en la cual habitamos 2.239.191 (quizás esta cifra no esté actualizada). ¿Puedes imaginarte el caos?. Pese a que la ciudad es pequeña, gente de todo Ecuador o de fuera imigra y emigra hacia acá todo el tiempo. Yo soy una de esas personas pues nací en una provincia y me mudé a la capital a estudiar y luego hice mi vida aquí.
Son muchos los factores que me disgustan uno de ellos la congestión vehicular antes mencionada pero nada de eso impide que ame este lugar como propio, pues pese a todo tiene un clima loco pero maravilloso podemos tener invierno y verano en un mismo día, tenemos paisajes hermosos, montañas y podemos encontrar todo lo que necesitamos, desde alta cocina hasta los motes y las salchis de la esquina (por nombrar algunos). Pero todo ello se te puede olvidar en un segundo y dar paso a la queja.
Es fácil olvidarse de lo bueno y enfocarse sólo en lo malo dejando así de disfrutar y agradecer por lo que se tiene. A mí me pasa y creo que es uno de esos pecados desapercibidos que están ahí, creciendo y por lo cual el salmista David escribió lo siguiente:
¿Quién está consciente de sus propios errores?
¡Perdóname aquellos de los que no estoy consciente!(Salmos 19:12) (NVI)
Seamos agradecidos, Dios ha sido misericordioso con nosotros, no dejemos que las pequeñas cosas nos quiten el gozo y la paz que nos han sido entregadas. Aun en el momento más caótico, ese donde la gente grita e incluso te insulta demostremos que Cristo vive en nosotros, que en nuestras oraciones haya humildad para pedir a Dios que nos enseñe la verdad de nuestro corazón y que su Espíritu nos ayude a ser mejores cada día.
No dejemos que el ruído y el mal humor nos impidan apreciar el paisaje que está frente a nosotros.