La moralidad errada
Me imagino al autor del libro de proverbios, el rey Salomón, sentado en su escritorio escribiendo todos estos consejos para sobrellevar nuestra actitud ante la vida. Al principio, cuando uno lee los proverbios no entiende como el hombre más sabio del mundo pudo desviarse tanto de Dios, seguir a otros ídolos y olvidar lo que había escrito y prometido en su corazón.
Para nosotros no es fácil la prueba pues el mundo de ahora, en cierto sentido, es peor que en los tiempos antiguos. Luchamos contra nuestra propia carne, contra el mundo y contra el diablo, los cuales maquinan para alejarnos del único que nos ama verdaderamente.
Dios nos entregó una guía que es la Biblia para que cuando nos perdamos o decidamos escoger el camino equivocado, volvamos a Él. Uno de los libros que me ayuda a recordar su eterno amor y sus mandamientos es proverbios. Ahora, tenemos que tener cuidado que este libro se convierta en una simple guía de reglas morales que nos ayudarán a agradarle más a Dios. Cuando esto pasa (me ha pasado) perdemos de vista la gracia y el sacrificio de Jesús por nosotros, y caemos en algo muy peligroso: la justificación por obras.
Al poner una línea entre “si hago esto Dios me va a amar y si no hago esto me va a rechazar” el fundamento para nuestra salvación recae en nosotros y no en Jesús. Nos convertimos en nuestros salvadores.
Sin embargo, cuando tenemos claro que Dios no nos escogió por lo que hacemos o no hacemos, por quienes somos, recordamos que no valemos nada si no es con Cristo. Entonces, ya no es cuestión de “si hago o no hago esto”, es tener un corazón renovado que confía que Jesús es suficiente para justificarme y agradarle.
Por lo tanto, si tu corazón es renovado va a querer hacer buenas obras por la gracia que te ha sido mostrada y no basarse en ellas para hallar gracia. La línea es muy fina y por eso tenemos que predicarnos constantemente el Evangelio, a realizar buenas obras como el resultado de un corazón regenerado y a poner límites en nuestra vida.