Ese Paciente Anhelo llamado Esperanza
Esperanza, todos hablamos de la esperanza, pero tendemos a confundirla muy fácilmente. A veces pensamos que es la capacidad de ver las cosas con buen ánimo y seguir adelante. Y el optimismo, no es esperanza. Ni la esperanza es una actitud positiva frente a las dificultades de la vida. La esperanza es esa virtud oculta, es esa espera anhelante de lograr o alcanzar un sueño o de que se realice algo que se desea con lo más profundo de nuestro corazón.
La esperanza está en aquella madre que aguarda con todas sus fuerzas que su pequeño hijo se sane; la esperanza está en esa esposa que frente a la ventana espera ver llegar en sano juicio a su marido; la esperanza está presente en aquel hombre que espera el sonido de una voz anunciándole un trabajo. La esperanza está en el joven que sin tener los recursos sueña con lograr una profesión.
El día a día, la vida misma nos lleva a aguardar anhelantemente por algo; ¿pero esta expectativa latente está anclada en el lugar correcto? ¿La espera palpitante está llena de esa paz y ese amor que logran sostenernos y aguardar sin temor, sin estrés, sin angustia? O ¿esta fija como ancla en un espejismo artificial que hemos construido, con nuestras normas, nuestros comportamientos, nuestros horarios, nuestras actitudes eclesiásticas o no eclesiales, que nos llevan a una espera llena de agonías, sufrimientos, que tambalea y nos llena de inseguridades? Donde repose nuestro corazón, ahí estará nuestra verdadera y perfecta esperanza.
Cuando la esperanza es la expectativa que aguarda hacia la revelación dada por Dios, nuestra vida se tornará con una gran sonrisa; y es que esta virtud oculta nos llevará a tejer hilos de intimidad indestructibles con Jesucristo. La esperanza nos conducirá a mantener una relación tan estrecha con nuestro Salvador, que podremos ser llamados sus íntimos. Y nuestra mirada al estar fija en Cristo, al estar anclado nuestro corazón al suyo, nos permitirá caminar en una esperanza que conduce a vida plena.