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En esta época, muchos buscamos a Dios por lo que puede darnos: compañía, dinero, salud, estabilidad o soluciones a nuestros problemas.
A veces, sin darnos cuenta, hemos convertido al Jesús del pesebre en una especie de genio al que acudimos para que provea todo lo que falta.
Y aunque esa no es la manera correcta de acercarnos a Él, muchas veces Dios, en su misericordia, sí nos da lo que anhelamos. Pero quiere llevarnos más profundo: a entender que existe una provisión mayor que todas las demás.
En Génesis 22, Dios se reveló como Jehová Jireh, el Dios que ve antes y provee. Siglos después, en Belén, esa promesa se cumplió plenamente: el Padre proveyó al mundo lo que más necesitaba —un Salvador.
La necesidad más grande del ser humano no era comida ni abrigo, sino redención. Y esa necesidad fue suplida en Jesús.
Jehová Jireh puede proveer muchas cosas, pero lo que más necesitábamos ya fue provisto: la salvación, que llegó por medio de un bebé en un pesebre y cambió para siempre nuestra historia.
La cuna de Belén tiene sentido solo a la luz de la cruz. La encarnación fue la provisión más sorprendente de gracia: el Dios que vio nuestra necesidad y se entregó por amor.
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“La canasta de provisiones”
Cada uno coloca un artículo pequeño (alimento no perecible o algo simbólico) dentro de una canasta.
Mientras lo hacen, agradecen en voz alta una provisión de Dios este año.
Luego pueden regalar la canasta a una familia necesitada.
Explica a los niños: “Así como Dios proveyó a Jesús, ahora nosotros compartimos Su provisión.”