3 06, 2019

Decepcionados de nuestros hijos

2019-07-09T14:54:36-05:003 junio, 19|

La mayoría de las veces, estoy muy contenta con mis hijos. Me siento agradecida por sus vidas, su salud, sus risas. Claro, están lejos de ser perfectos, pero casi siempre nos llevamos bien e incluso disfrutamos el uno del otro. Pero hoy, tengo una confesión: últimamente, me he sentido realmente decepcionada con uno de mis hijos. Está tomando decisiones rebeldes que no están a la altura del potencial que veo en él. ¿Qué pueden hacer los padres cuando, después de dedicarnos con mucho cariño y esfuerzo a las vidas de nuestros hijos, nos sentimos infelices con sus decisiones y defraudados por su comportamiento?

En primer lugar, debemos tomarnos el tiempo para reflexionar sobre la creencia prevalente de que el éxito de nuestros hijos es un reflejo de nuestro propio valor. ¿Con qué frecuencia juzgamos a otros padres según el desempeño de sus hijos?

Ciertamente, cada uno de nosotros tiene el privilegio y la responsabilidad de educar e influir en las vidas de nuestros hijos. Pero ellos también son individuos separados de nosotros, con la libertad dada por Dios para elegir su propio camino en la vida. Para evitar apresurarnos en desaprobar a otro padre por la forma en que actúan sus hijos, debemos considerar que Dios, el padre perfecto, también tiene problemas con nosotros sus hijos.

A menudo, nuestra sensación de enojo y decepción por el mal comportamiento de los hijos tiene menos que ver con la conducta del niño y más con nuestro propio sentido de vergüenza sobre cómo nos verán los demás, o con nuestra propia ansiedad sobre las expectativas no cumplidas que tenemos para nuestros hijos. Debemos alejarnos del huracán de emociones que provoca el mal comportamiento, tomándonos un tiempo para pedirle a Dios que nos ayude a lidiar con nuestro propio equipaje emocional. ¿Estoy criando al hijo que quiero o al hijo que tengo? ¿Espero demasiado del él, tomando en cuenta su edad y su madurez? ¿Estoy siendo el modelo de vida piadosa que mi hijo necesita? Solo cuando lleguemos a un lugar de seguridad en nuestra propia identidad como hijos amados de Dios – imperfectos, pero en crecimiento – podremos abordar con calma el comportamiento preocupante de los hijos.

Puede ser saludable que nuestros hijos vean nuestro desencanto con su comportamiento, para que vean cómo sus acciones impactan a los demás y se responsabilicen de mejores elecciones en el futuro. Sin embargo, en medio de nuestra tristeza por su conducta, es esencial decirles cuán profundamente son amados. Romanos 5:8 dice, “Pero Dios muestra su amor por nosotros en que, cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.” Siguiendo este ejemplo de amor divino, debemos buscar oportunidades para expresar nuestro amor con palabras y acciones, incluso cuando nuestros hijos nos desilusionan. Amémoslos en su peor momento, porque ese es el momento que más cuenta.

Finalmente, habiendo resuelto nuestros propios problemas y expresado nuestro amor incondicional, podemos comenzar a entrenar a nuestros hijos hacia un mejor comportamiento. Debemos tratar de afirmar todo lo bueno que podamos ver en sus vidas, alentándolos a seguir creciendo en esos rasgos de carácter. Y con mucho amor, los guiamos para que se responsabilicen de sus acciones incorrectas. Esto podría significar darles una segunda oportunidad, pedirles que hagan las paces o poner claramente los límites y las consecuencias para el futuro.

La gracia de Dios es nuestro modelo para la crianza de los hijos (2 Pedro 3: 9). Ofrezcamos a Dios nuestras decepciones parentales, confiando en su gracia para restaurarnos continuamente a nosotros y a nuestros hijos. Mientras haya vida, hay esperanza.

Beth Saavedra

www.vinaquito.com

25 02, 2018

¿Necesidades emocionales insatisfechas?

2019-09-09T00:12:48-05:0025 febrero, 18|

Con mucha frecuencia las personas se casan con la expectativa que su cónyuge satisfaga sus necesidades emocionales. Llegan al matrimonio con el vaso medio vacío para ser llenado por su pareja, pero la verdad es que ningún ser humano puede satisfacer a otro ser humano por completo.

Sin ser responsables de satisfacer todas las necesidades de tu compañero, es necesario poner esas necesidades antes que las tuyas. Algunas de estas necesidades incluyen afecto, comunicación, honestidad, finanzas y compromiso familiar.

Un acto de bondad consiste en hacer un esfuerzo por conocer qué quiere y valora tu pareja: ¿se trata de una comida casera? ¿Un ramo espontáneo de flores? ¿Una cena en un restaurante especial o una hamburguesa rápida? ¿Reparar ese grifo con fugas o la manija floja de la puerta? ¿Cuidar a los niños? ¿Una notita en el bolsillo del terno?

En realidad, no importa cuál es el acto de bondad, lo importante es que tu cónyuge se sienta valorado y querido a través de tus acciones, que sabes lo que él/ella quiere y necesita y que estás listo para proveerle sin que tenga que pedirte. Este esfuerzo por entender y voluntad para dar es la clave de un buen matrimonio y finalmente de satisfacer tus propias necesidades.

Robert Fulghum, en su libro clásico, “Todo lo que realmente necesito saber aprendí en el jardín de infantes», comparte algunas de sus reglas básicas y que se aplican para una relación saludable de esposos: compartan todo, tómense de las manos y manténganse unidos.

Si tu pareja sabe que te preocupas por él (ella) y que estarás a su lado en las grandes y pequeñas cosas, que se siente amada, cuidada y apreciada es muy posible que muestre reciprocidad en la relación y responda de la misma manera: con amor.

Y el amor se define de la siguiente manera:
“El amor es paciente y bondadoso. El amor no es celoso ni fanfarrón ni orgulloso ni ofensivo. No exige que las cosas se hagan a su manera. No se irrita ni lleva un registro de las ofensas recibidas.  No se alegra de la injusticia, sino que se alegra cuando la verdad triunfa. El amor nunca se da por vencido, jamás pierde la fe, siempre tiene esperanzas y se mantiene firme en toda circunstancia”. (1 Co. 13:4-7).

3 04, 2017

El juego de las expectativas

2019-09-09T00:13:52-05:003 abril, 17|

Jim Elliot, uno de cinco misioneros que fueron matados con lanzas por los indios huaorani en el Ecuador, hizo la mejor descripción de abnegación ante lo supremo, es decir ante Dios.  Dicha abnegación contrasta las expectativas personales con las de Dios. En su libro titulado «Portales de esplendor», Elisabeth Elliot, esposa de Jim, citó las palabras dichas por él: «No es tonta la persona que entrega lo que no puede retener, para ganar lo que no puede perder». Ese concepto, basado en la Biblia, transforma el martirio en una victoria gloriosa.  En contraste, los cristianos que se sienten confundidos y desilusionados con Dios no tienen ese consuelo, debido a un desbalance de expectativas entre las nuestras y las de Dios.

Es la ausencia de significado lo que hace que su situación sea intolerable.  Al encontrarse en esa condición, su depresión, causada por una enfermedad inesperada o la trágica muerte de un ser querido, realmente puede ser más intensa que la experimentada por el incrédulo que ni esperaba ni recibió nada.

No es raro escuchar a un cristiano, que se siente confundido, expresar enorme inquietud, ira o incluso blasfemias. La palabra clave, en relación con esto, es «expectativas». Son ellas las que preparan el camino para que suframos una desilusión. No existe una angustia mayor que la que una persona experimenta cuando ha edificado todo su estilo de vida sobre cierto concepto teológico y que, luego, éste se derrumbe en un momento de tensión y dolor extraordinarios. Una persona en esta situación, se enfrenta con la crisis que ha sacudido su fundamento, por ello se tiene que revisar primero cómo esta nuestro fundamento de fe, o sea, nuestras creencias y convicciones.

MDC/ag

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