Jim Elliot, uno de cinco misioneros que fueron matados con lanzas por los indios huaorani en el Ecuador, hizo la mejor descripción de abnegación ante lo supremo, es decir ante Dios. Dicha abnegación contrasta las expectativas personales con las de Dios. En su libro titulado «Portales de esplendor», Elisabeth Elliot, esposa de Jim, citó las palabras dichas por él: «No es tonta la persona que entrega lo que no puede retener, para ganar lo que no puede perder». Ese concepto, basado en la Biblia, transforma el martirio en una victoria gloriosa. En contraste, los cristianos que se sienten confundidos y desilusionados con Dios no tienen ese consuelo, debido a un desbalance de expectativas entre las nuestras y las de Dios.
Es la ausencia de significado lo que hace que su situación sea intolerable. Al encontrarse en esa condición, su depresión, causada por una enfermedad inesperada o la trágica muerte de un ser querido, realmente puede ser más intensa que la experimentada por el incrédulo que ni esperaba ni recibió nada.
No es raro escuchar a un cristiano, que se siente confundido, expresar enorme inquietud, ira o incluso blasfemias. La palabra clave, en relación con esto, es «expectativas». Son ellas las que preparan el camino para que suframos una desilusión. No existe una angustia mayor que la que una persona experimenta cuando ha edificado todo su estilo de vida sobre cierto concepto teológico y que, luego, éste se derrumbe en un momento de tensión y dolor extraordinarios. Una persona en esta situación, se enfrenta con la crisis que ha sacudido su fundamento, por ello se tiene que revisar primero cómo esta nuestro fundamento de fe, o sea, nuestras creencias y convicciones.
MDC/ag