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25 05, 2017

¿Mejor amiga o peor enemiga?

2019-09-09T00:13:43-05:0025 mayo, 17|

“¿Quién lo diría?  ¡Un perro cazador y un zorro, jugando juntos!”, dice el búho antes de una tierna canción, mientras Todd y Toby disfrutaban de su amistad entre risas y jugueteos por el campo.  Al final, el zorro expresa: “Toby, eres mi mejor amigo”.  “Y tú el mío, Todd”, responde el sabueso.  “El zorro y el sabueso” es una de las películas que marcaron mi infancia, la historia de dos mejores amigos que terminan siendo enemigos.  Es imposible contener las lágrimas al final.  ¿Te ha pasado algo similar?  También me cuesta contener las lágrimas al pensar en todas las amistades que empezaron con risas e ilusión, pero terminaron en dolor y quebranto.

Muchas veces, como mujer, he sentido que es más fácil tener amistades con varones (lo cual no es muy sabio), porque es más fácil y hay menos drama.  Sin embargo, después de un tropiezo muy fuerte con un “mejor amigo”, me vi en una encrucijada donde las opciones eran la soledad o el buscar profundizar la relación con mis amigas mujeres.  Opté por lo segundo, con mucho miedo, puesto que en ese instante acababa de pelear “para siempre” con dos de mis mejores amigas.  Oré y el Señor puso delante de mí un libro escrito por Sarah Zacharias Davis (hija de Ravi Zacharias), llamado “The Friends We Keep: A Woman’s Quest for the Soul of Friendship” (Las amigas que conservamos: la búsqueda de una mujer por el alma de la amistad), dedicado a las amistades entre mujeres.

Leer ese libro fue como poner un espejo delante de mí.  En todos mis conflictos con amigas, siempre asumí el papel de víctima.  Según yo, la amistad sufría por las cosas que me hacían, yo era inocente de todo.  Tal vez, si yo fallaba, era porque ellas me provocaban.  Pero en esas páginas encontré que el problema era la persona que miro todos los días frente al espejo.  Sarah Zacharias Davis escribía de cosas en las que yo había incurrido, por ejemplo, reunirme con otra mujer para hablar mal de la que yo decía que era mi mejor amiga.  Ella hacía la pregunta: “¿Por qué hacemos esto?”  Respiré profundo y decidí salir de mi papel de víctima para buscar en la Biblia cómo detener las actitudes destructivas en mis amistades.

En primer lugar, Mateo 7:12 dice: “Por eso, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, así también haced vosotros con ellos, porque esta es la ley y los profetas”.  Esto es lo que se conoce como la “Regla de Oro”.  Le pedimos al Señor que examine nuestros corazones y nos ayude a preguntarnos a nosotras mismas: “¿Me gustaría que mi amiga hablara de mí con las palabras que estoy usando?  ¿Quisiera yo que mi amiga contara mi secreto, como acabo de contar el suyo?”  Seguramente, la respuesta será que no.  Eso no nos gustaría.  Si has caído en esto, como yo, es hora de pedirle perdón a Dios con un arrepentimiento genuino.

En segundo lugar, Filipenses 2:3-4 dice: “Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás”.  Este versículo me muestra que la meta de tener una amiga no es para tener alguien con quién contar, ni para tener a alguien que me ayude, ni para tener a una persona que me divierta.  Yo tengo una amiga para buscar sus intereses por encima de los míos.  Yo tengo una amiga para que ella pueda contar conmigo, para servirla, para guiarla hacia Jesús.

En tercer lugar, Efesios 4:32 dice: “Sed más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, así como también Dios os perdonó en Cristo”.  Es verdad, las mujeres somos un poco intensas, pero es porque para nosotras, las relaciones interpersonales son extremadamente importantes.  El problema es que la ley del pecado está en nuestros miembros y no hacemos el bien que queremos, sino el mal que no queremos (Romanos 7:15-25).  Fallamos, ofendemos, no somos amables ni misericordiosas.  Por eso es necesario pedir perdón y perdonar, pero, como dice este versículo, es como Dios nos perdonó en Cristo.  ¿Cómo es el perdón que tenemos en Cristo?  Dios no me dice: “Bueno, hijita, ya estás perdonada, pero nuestra relación no puede ser como antes”.  Dios no me dice: “Hija mía, me has pedido perdón por lo mismo y lo mismo tantas veces, que ya perdí la cuenta.  Voy a tener que cancelar tu predestinación”.  ¡No!  La Biblia nos dice que Dios se lleva nuestros pecados al fondo del mar (Miqueas 7:19), Él nunca más se acuerda de nuestros pecados (Isaías 43:25; Hebreos 8:12), aleja nuestros pecados como el oriente está lejos del occidente (Salmo 103:12).  Es así como Dios nos pide que perdonemos.

(Suspiro) Sí, es difícil.  Yo misma escribo estas palabras con temor y temblor, porque tengo frente a mí el desafío de poner en práctica lo que predico, ¡y es difícil!  Pero gracias por Cristo, por el Espíritu Santo que nos faculta para obedecer a Dios.  Oremos juntas, pidiéndole al Señor que nos dé la capacidad de obedecerle.  Esto de la Regla de Oro, de considerar a los demás como superiores a nosotros mismos y de perdonar como Dios nos perdonó en Cristo es totalmente sobrenatural, no es parte de nuestra naturaleza.  Pero Dios es especialista en hacer milagros, y no hay mayor milagro que el cambio que Él hace en nuestro corazón.  Sé valiente, no tengas miedo de escribir un correo o de hacer una llamada para pedir perdón u otorgar el perdón.  Como dice el título de un libro de Paul David Tripp, las relaciones son “un relajo que vale la pena”.

9 05, 2017

¿Eres una mamá perfeccionista y difícil?

2017-05-09T08:33:05-05:009 mayo, 17|

El dolor y la necesidad de atención y aprobación pude convertirnos en personas perfeccionistas extremas y difíciles de tratar. Una madre con este perfil se caracteriza porque:

  1. Es híper-exigente. Tiende a enloquecer a los demás, es dictadora en el hogar, hace exigencias irreales, se niega a ceder.
  2. Desaprueba con facilidad. Es quisquillosa, perfeccionista, siempre quiere y exige más, nunca está satisfecha, es difícil de agradar.
  3. Es ensordecedora. Parece un megáfono andante, habla hasta el cansancio, siempre tiene un sermón en la punta de la lengua.
  4. Es destructora. Se enoja con suma facilidad y en forma descontrolada. Pare una persona volcán, explota con facilidad.
  5. Es quejumbrosa crónica. Tiene un complejo de mártir.
  6. Es grosera. Tiene lenguaje cáustico, desanima con sus comentarios en lugar de animar.

Estos rasgos de comportamiento tienen su origen, en primer lugar, en el dolor. En situaciones como estas, te invito a pensar que la primera y más grande solución al dolor es el perdón. El perdón es un acto de madurez. Nuestra madurez espiritual y emocional se revela en la forma que respondemos al dolor que nos han infringido. San Pablo dijo: Sopórtense unos a otros, y perdónense si alguno tiene una queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes. (Colosenses 3:13 DHH). Mientras que el sabio Salomón dijo: “Cuando se perdona una falta, el amor florece, pero mantenerla presente separa a los amigos íntimos”. Proverbios 17:9 NTV.

En segundo lugar las personas perfeccionistas y difíciles de tratar suelen buscar atraer atención y aprobación de los demás. Cuando estos sentimientos son recurrentes, ayudará recordar que en Cristo ya somos aprobados, somos aceptados por Él. Por lo tanto, acéptense unos a otros, tal como Cristo los aceptó a ustedes, para que Dios reciba la gloria”. Romanos 15:7 NTV.

23 04, 2017

El poder para perdonar no se encuentra en nosotros

2019-09-09T00:13:50-05:0023 abril, 17|

Algún día voy a hacer una lista de todos los versículos de la Escritura que me asustan. Tendemos a gravitar hacia los textos que nos traen consuelo, nos ofrecen paz y nos aseguran del amor de Dios.  Sin embargo, Dios también nos ha revelado que debemos amarnos unos a otros y quizás la expresión más grande de eso -y lo más difícil de hacer- es perdonarnos unos a otros cuando hemos sido ofendidos.  Es por eso que Mateo 6:15 estaría en esta lista: «Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras transgresiones».

Esto no significa que el perdón que Dios nos ofrece es condicional al perdón que damos a otros.  Significa que, si no estamos dispuestos a perdonar a otros, no nos hemos arrepentido verdaderamente de nuestras propias transgresiones contra Dios.

Perdonar es costoso.  Le costó a Jesús su vida.  Con su muerte en la cruz hizo posible que Dios nos perdone. Y nos costará también a nosotros. Tendremos que aceptar pérdidas, ser humildes y reconocer nuestros propios errores.

Tantos conflictos en nuestra sociedad -en la familia, en el trabajo, en la iglesia- se deben a que hemos decidido nutrir agravios en lugar de humillarnos como Jesús lo hizo.  Nos resistimos voluntariamente a otorgar el perdón inmerecido, ¡excepto cuando necesitamos ser perdonados, entonces sí queremos recibirlo!

Es muy cierto que el perdón no solo libera a otros de sus ofensas contra nosotros, sino que nos evita los enredos del resentimiento, el orgullo y la venganza.  El poder para perdonar no se encuentra en nosotros mismos, sino en el asombroso perdón que Dios nos ofrece a través de Jesús.  Si Dios puede perdonar todos nuestros pecados contra Él, ¿quiénes somos nosotros para no perdonar a otros?

El perdón es siempre inmerecido, nunca ganado, y es la única manera de nutrir relaciones saludables que preservan nuestra unidad en el Espíritu Santo.

Entonces, como escogidos de Dios, santos y amados, revestíos de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; Soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro; Como el Cristo perdonó, así también hacedlo vosotros. (Col 3: 12-13 LBA)

Autor: Pastor Graham Bulmer

MDC/ag

27 01, 2017

Soltar las amarras

2019-11-11T09:33:26-05:0027 enero, 17|

Has escuchado la expresión «soltar las amarras», amarras son las sogas amarradas (valga la redundancia) que sostienen embarcaciones pequeñas a los buques, también son las que sujetan los barcos (sin importar el tamaño) al puerto. Por lo tanto se sueltan las amarras cuando el barco va a empezar a navegar.

Me es necesario aclarar además que éste término podemos escucharlo muchas veces en conversaciones en una especie de analogía con liberarse, atreverse, volar, amar sin reservas, etc.

En mi diario vivir he notado que todos tenemos cosas que debemos soltar en nuestra vida que nos han frenado y en muchos casos truncado nuestros planes y sueños. Amores no correspondidos, rompimientos, divorcios, muertes, abusos, falta de perdón, frustraciones, etc. Estamos tan acostumbrados a autocompadecernos o estamos tan cómodos con el peso que cargamos que ya no recordamos cómo se sentía andar liviano.

Debemos voltear la página, continuar, soñar, hacer planes a futuro, disfrutar te las pequeñas y grandes alegrías. Disfrutemos todo lo que de gracia se nos ha concedido. Soltemos las amarras que nos detienen, perdonemos a los demás, perdonémonos nosotros mismo y avancemos.

De modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes. (Colosenses 3:13)

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