Acerca de María del Carmen Atiaga González

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15 07, 2021

¿PUEDO DESCIFRAR LA VOLUNTAD DE DIOS PARA MI VIDA?

2022-09-21T14:38:20-05:0015 julio, 21|

En mi caminar con el Señor, esta ha sido una de las preguntas más difíciles y estresantes de mi vida cristiana. ¿Cómo sé si estoy en el lugar en el que Dios quiere tenerme? ¿Qué tal si me equivoqué en algún punto de mi pasado y actualmente estoy pagando las consecuencias de no haber sabido discernir la voluntad de Dios? Les confieso que de vez en cuando me vienen luchas, especialmente cuando pienso que pude haber estudiado alguna carrera que me produzca estabilidad económica… pero no… ¡estudié teología! Y me he preguntado si tal vez «metí la pata» y pasaré el resto de mis años sufriendo por no haber tomado la decisión correcta.

Pero ¿qué dice la Biblia acerca de la voluntad de Dios? Para comenzar, podemos definir la voluntad de Dios como Su control soberano de todas las cosas que suceden. Esto parecería fácil de entender, pero en nuestra mente se produce un cortocircuito cuando vemos que en el mundo (y en nuestras vidas) ocurren cosas que no se alinean tan bien con lo «bueno, agradable y perfecto» que debería ser parte de la voluntad de Dios. Veamos qué nos enseña la Escritura sobre esto.

 

1. La voluntad de decreto o soberana de Dios.

Se refiere al plan soberano de Dios que se llevará a cabo en el futuro. El decreto de Dios significa que Él ordena soberanamente todas las cosas. Él controla totalmente lo que ocurre en el mundo. Nada puede obstaculizar los planes de Dios. Tanto la historia como nuestras vidas personales avanzan hacia el destino que Dios quiere. Esta verdad es claramente visible en pasajes como:

Job 42:1-2: «Entonces Job respondió al Señor: “Yo sé que Tú puedes hacer todas las cosas, y que ninguno de Tus propósitos puede ser frustrado”».

Daniel 4:35: «Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada, mas Él actúa conforme a Su voluntad en el ejército del cielo y entre los habitantes de la tierra. Nadie puede detener Su mano, ni decirle: “¿Qué has hecho?”».

Salmo 115:3: «Nuestro Dios está en los cielos; Él hace lo que le place»

Efesios 1:11: «También en Él hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de Aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de Su voluntad».

 

2. La voluntad de deseo o de la dirección de Dios

La voluntad de deseo o la dirección de Dios se refiere a Sus mandamientos, es decir, cómo Él quiere que vivamos. Mediante la voluntad de deseo, conocemos lo que Dios espera de nosotros. La Escritura no diseña un plan individual para cada uno de nosotros, sino que ofrece una visión universal de la voluntad del Señor para todos los creyentes. Su voluntad es lo que Él nos ordena a hacer. La Ley del Señor se resume en el mandamiento de amar a Dios y al prójimo (Mateo 22:37–40).

La voluntad de decreto de Dios es algo que hacemos inevitablemente, pero la voluntad de deseo podemos cumplir o no. Un ejemplo lo vemos en Mateo 7:21, cuando Jesús asegura: «No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos». Aquí vemos que no todos hacen la voluntad del Padre.

 

¿Y qué de la voluntad «permisiva»?

Normalmente, el término «permiso» sugiere que ha habido una autorización positiva. Si decimos que Dios «permite» el mal, eso no significa que Él lo apruebe. Dios nunca permite el pecado en un sentido de aceptación para Sus criaturas. A lo que se refieren quienes usan este término es que Dios simplemente deja que estas cosas sucedan, es decir, no interviene directamente para evitar que sucedan. Y aquí es donde se encuentra el peligro, puesto que algunos consideran que Dios es impotente para lidiar con el pecado de la humanidad.

Según esta cosmovisión, el ser humano es soberano, no Dios. El rol de Dios queda reducido al de un Padre desamparado que ya hizo todo lo que podía y que ahora solo le queda sentarse a esperar lo mejor. Él permite lo que no puede evitar porque no tiene el poder soberano para ello. Según R. C. Sproul, esta terrible cosmovisión no es simplemente una visión defectuosa del teísmo, sino que más bien es una expresión directa de ateísmo.

 

¿Y eso que tiene que ver con mi vida?

Hay cosas de la voluntad de decreto de Dios que nunca podremos conocer (Deuteronomio 29:29), por ejemplo, por qué hay sufrimiento e injusticia o por qué suceden tragedias. Lo único que sabemos es que Dios tiene un propósito para todo lo que trae a nuestras vidas y al final veremos la culminación de Su gran plan redentor. Anteriormente veíamos que tanto la historia como nuestras vidas personales avanzan hacia el destino que Dios quiere. Esta es una buena noticia porque lo que el corazón de Dios anhela es redimir, sanar y hacer nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21:1–5).

Lo que nos concierne es lo que Dios sí nos ha revelado. ¿Cómo sé cuál es la voluntad de Dios para mi vida? Está descrita explícitamente en la Escritura: «Porque esta es la voluntad de Dios: su santificación» (1 Tesalonicenses 4:3). No hay más vueltas que darle.

Es verdad que lo que quisiéramos saber son cosas más puntuales: con quién quiere Dios que me case, qué carrera debo seguir, en cuál iglesia debo congregarme, etcétera. Tal vez la Biblia no dice exactamente la respuesta, pero sí nos da directrices en las que debemos basarnos para tomar decisiones. Por ejemplo, la Palabra dice que no debemos unirnos en yugo desigual. Eso ya nos da algunos parámetros al momento de elegir pareja. Como principio general, tenemos que buscar a Dios para que nos dé sabiduría (Santiago 1:5), y tomar decisiones considerando honrar a Dios con todo lo que hacemos.

Dios no tiene un plan confuso que debemos descifrar para que nos vaya bien en la vida. Su plan para nuestras vidas incluye altos y bajos para hacernos más como Jesús (Romanos 8:28-29). Recordemos que la voluntad de Dios para Jesús incluía el sufrimiento para un propósito aun más glorioso (Lucas 22:42). Entonces, confiemos en la bondad del Señor al pensar en la voluntad de decreto de Dios y enfoquémonos en cumplir con Su voluntad revelada en Su Palabra, en la obediencia, con el poder del Espíritu Santo, para la gloria de Dios.

 

ESCRITO POR: María del Carmen Atiaga

1 09, 2017

Bienaventurados los Pacificadores

2019-09-09T00:13:21-05:001 septiembre, 17|

La semana pasada fui a ver la película “Dunquerque”, dirigida por Christopher Nolan.  El director relata con excepcional maestría los eventos acontecidos durante el rescate de las tropas inglesas arrinconadas por el ejército alemán en este puerto de Francia.  Pasé sentada en el filo del asiento durante todo el filme.  La música era un personaje más, que delataba la tensión y el corazón acelerado de los protagonistas.  Observé con espanto cómo caían bombas sobre soldados que esperaban en la playa, sin protección alguna.  Se me escapó un grito cuando, en plena celebración por un avión enemigo derrotado, explotó un misil junto a la cabina.  Lloré de principio a fin, pensando en el dolor que trae una guerra, meditando en cómo es el corazón humano, examinándome a mí misma para darme cuenta de que no soy diferente.

La Biblia dice en Santiago 4: “¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No vienen de las pasiones que combaten en sus miembros? Ustedes codician y no tienen, por eso cometen homicidio. Son envidiosos y no pueden obtener, por eso combaten y hacen guerra”.  Si bien es cierto que no tengo la autoridad para declararle la guerra a Gran Bretaña, sin lugar a duda, he declarado la guerra a muchas personas en mis 38 años de vida.  Mi camino está marcado de contiendas con personas, amistades quebrantadas, guerras y conflictos.  Entonces elevé una oración desesperada: “Señor, ya no quiero ser así.  ¿Cómo puedo glorificarte en mi vida cuando soy una peleona?”  La respuesta llegó a través del libro “Pacificadores” de Ken Sande.

[1]

Jesús comienza el Sermón del Monte con lo que conocemos como “Las Bienaventuranzas”.  Una de ellas expresa: “Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios”.  Los que procuran la paz, los pacificadores, serán llamados hijos de Dios.  No sé si te pasa lo mismo que a mí, pero yo miro a mi alrededor y veo la necesidad crucial de tener pacificadores en nuestras familias, en nuestras iglesias, en nuestra sociedad.  ¿Cómo puedo llegar a ser un pacificador?  Ken Sande propone los siguientes principios, tomados de la Biblia, para responder al conflicto:

  1. Glorificar a Dios. En lugar de enfocarnos en nosotros mismos, nuestra ofensa, nuestra indignación, pensemos en qué es lo que más glorifica a Dios.  ¿Se complace Dios de amistades, familias, iglesias divididas?  ¿Eso le hace bien a Su nombre?
  2. Sacar la viga de nuestro propio ojo. Mi mamá siempre nos castigaba a mi hermano y a mí cuando peleábamos y nos decía: “Para pelear, se necesitan dos”.  Lamentablemente, en el 99.99% de los casos, no somos inocentes palomitas en el conflicto.  También hemos tenido nuestra parte.  Debemos asumir nuestra responsabilidad y pedir perdón, antes de confrontar al otro con su ofensa.
  3. Restaurar humildemente. Si la falta no se puede pasar por alto, seguimos el proceso delineado por Jesús en Mateo 18:15-18.  Primero conversamos en privado.  Si no hay resultados, involucramos a otras personas en el proceso.  Es importante no llamar a otras personas sin conocimiento de la otra parte del conflicto y no buscar que los otros estén de nuestro lado.  Recuerda que la meta es buscar una reconciliación, no tener la razón.
  4. Ir y reconciliarnos. Debemos buscar un acercamiento genuino, así como Dios lo hace con nosotros después de que pecamos.  ¿Te has dado cuenta de que, cuando caes y Dios te perdona, tu relación con Él es más cercana?  Lo mismo debería suceder en nuestras relaciones con otros.  Jesús nos manda a perdonar setenta veces siete y la indicación en Efesios 4:32 y Colosenses 3:13 es perdonarnos unos a otros como Dios nos ha perdonado en Cristo.  Toma muy en serio las palabras de Jesús en Mateo 18:23-35.  Se me eriza la piel lo que dice el Señor en el último versículo: “Así también Mi Padre celestial hará con ustedes, si no perdonan de corazón cada uno a su hermano”.  ¡De corazón!  ¡De corazón!  ¡DE CORAZÓN!

Quisiera poder decirte que domino el tema y que soy una experta en reconciliación, pero recién estoy aprendiendo y clamando al Señor que me permita ser una pacificadora bienaventurada.  Me encanta cómo Sande recalca que la resolución de conflictos es un proceso sobrenatural, que no podemos hacerlo sin la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas.  Oro para que el Señor nos convierta en pacificadores y que Su nombre sea glorificado en el cielo y en la tierra, cuando el mundo que nos observa pueda ver que en verdad nos amamos unos a otros como Él nos ama (Juan 13:34-35).

Si deseas más información sobre cómo ser un pacificador, te recomiendo visitar el sitio web de Peacemaker Ministries: http://peacemaker.net/espanol/

Maria del Carmen Atiaga

[email protected]

[1] Ken Sande, Pacificadores.  Ediciones Las Américas, 2008.

25 05, 2017

¿Mejor amiga o peor enemiga?

2019-09-09T00:13:43-05:0025 mayo, 17|

“¿Quién lo diría?  ¡Un perro cazador y un zorro, jugando juntos!”, dice el búho antes de una tierna canción, mientras Todd y Toby disfrutaban de su amistad entre risas y jugueteos por el campo.  Al final, el zorro expresa: “Toby, eres mi mejor amigo”.  “Y tú el mío, Todd”, responde el sabueso.  “El zorro y el sabueso” es una de las películas que marcaron mi infancia, la historia de dos mejores amigos que terminan siendo enemigos.  Es imposible contener las lágrimas al final.  ¿Te ha pasado algo similar?  También me cuesta contener las lágrimas al pensar en todas las amistades que empezaron con risas e ilusión, pero terminaron en dolor y quebranto.

Muchas veces, como mujer, he sentido que es más fácil tener amistades con varones (lo cual no es muy sabio), porque es más fácil y hay menos drama.  Sin embargo, después de un tropiezo muy fuerte con un “mejor amigo”, me vi en una encrucijada donde las opciones eran la soledad o el buscar profundizar la relación con mis amigas mujeres.  Opté por lo segundo, con mucho miedo, puesto que en ese instante acababa de pelear “para siempre” con dos de mis mejores amigas.  Oré y el Señor puso delante de mí un libro escrito por Sarah Zacharias Davis (hija de Ravi Zacharias), llamado “The Friends We Keep: A Woman’s Quest for the Soul of Friendship” (Las amigas que conservamos: la búsqueda de una mujer por el alma de la amistad), dedicado a las amistades entre mujeres.

Leer ese libro fue como poner un espejo delante de mí.  En todos mis conflictos con amigas, siempre asumí el papel de víctima.  Según yo, la amistad sufría por las cosas que me hacían, yo era inocente de todo.  Tal vez, si yo fallaba, era porque ellas me provocaban.  Pero en esas páginas encontré que el problema era la persona que miro todos los días frente al espejo.  Sarah Zacharias Davis escribía de cosas en las que yo había incurrido, por ejemplo, reunirme con otra mujer para hablar mal de la que yo decía que era mi mejor amiga.  Ella hacía la pregunta: “¿Por qué hacemos esto?”  Respiré profundo y decidí salir de mi papel de víctima para buscar en la Biblia cómo detener las actitudes destructivas en mis amistades.

En primer lugar, Mateo 7:12 dice: “Por eso, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, así también haced vosotros con ellos, porque esta es la ley y los profetas”.  Esto es lo que se conoce como la “Regla de Oro”.  Le pedimos al Señor que examine nuestros corazones y nos ayude a preguntarnos a nosotras mismas: “¿Me gustaría que mi amiga hablara de mí con las palabras que estoy usando?  ¿Quisiera yo que mi amiga contara mi secreto, como acabo de contar el suyo?”  Seguramente, la respuesta será que no.  Eso no nos gustaría.  Si has caído en esto, como yo, es hora de pedirle perdón a Dios con un arrepentimiento genuino.

En segundo lugar, Filipenses 2:3-4 dice: “Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás”.  Este versículo me muestra que la meta de tener una amiga no es para tener alguien con quién contar, ni para tener a alguien que me ayude, ni para tener a una persona que me divierta.  Yo tengo una amiga para buscar sus intereses por encima de los míos.  Yo tengo una amiga para que ella pueda contar conmigo, para servirla, para guiarla hacia Jesús.

En tercer lugar, Efesios 4:32 dice: “Sed más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, así como también Dios os perdonó en Cristo”.  Es verdad, las mujeres somos un poco intensas, pero es porque para nosotras, las relaciones interpersonales son extremadamente importantes.  El problema es que la ley del pecado está en nuestros miembros y no hacemos el bien que queremos, sino el mal que no queremos (Romanos 7:15-25).  Fallamos, ofendemos, no somos amables ni misericordiosas.  Por eso es necesario pedir perdón y perdonar, pero, como dice este versículo, es como Dios nos perdonó en Cristo.  ¿Cómo es el perdón que tenemos en Cristo?  Dios no me dice: “Bueno, hijita, ya estás perdonada, pero nuestra relación no puede ser como antes”.  Dios no me dice: “Hija mía, me has pedido perdón por lo mismo y lo mismo tantas veces, que ya perdí la cuenta.  Voy a tener que cancelar tu predestinación”.  ¡No!  La Biblia nos dice que Dios se lleva nuestros pecados al fondo del mar (Miqueas 7:19), Él nunca más se acuerda de nuestros pecados (Isaías 43:25; Hebreos 8:12), aleja nuestros pecados como el oriente está lejos del occidente (Salmo 103:12).  Es así como Dios nos pide que perdonemos.

(Suspiro) Sí, es difícil.  Yo misma escribo estas palabras con temor y temblor, porque tengo frente a mí el desafío de poner en práctica lo que predico, ¡y es difícil!  Pero gracias por Cristo, por el Espíritu Santo que nos faculta para obedecer a Dios.  Oremos juntas, pidiéndole al Señor que nos dé la capacidad de obedecerle.  Esto de la Regla de Oro, de considerar a los demás como superiores a nosotros mismos y de perdonar como Dios nos perdonó en Cristo es totalmente sobrenatural, no es parte de nuestra naturaleza.  Pero Dios es especialista en hacer milagros, y no hay mayor milagro que el cambio que Él hace en nuestro corazón.  Sé valiente, no tengas miedo de escribir un correo o de hacer una llamada para pedir perdón u otorgar el perdón.  Como dice el título de un libro de Paul David Tripp, las relaciones son “un relajo que vale la pena”.

27 04, 2017

En la soltería, Jesús es el Tesoro, no el premio de consuelo

2019-09-09T00:16:02-05:0027 abril, 17|

El corazón me latía a mil por hora.  Tenía pocas semanas de haberme iniciado en el running y esta era mi primera carrera, y lo mejor era que podía correrla con mi perrita, Sisa.  El premio para el primer lugar era comida para perro durante todo un año y otras cosas más.  Cinco, cuatro, tres, dos, uno, ¡arranquen!  Sisa y yo salimos disparadas entre una montonera de gente y perros, dispuestas a ganar ese premio.  Creo que llegamos en el lugar 40 de nuestra categoría y no tuvimos la comida por todo un año.  Pero sí recibimos una mochilita que tenía productos, un plato para el perro y unas bolsitas para recoger las suciedades de mi mascota.  Fui feliz participando y me gustó el premio de consuelo que recibí, pero sentí tristeza (y envidia) al ver que no fui yo la que llegó primera.

Así me he sentido en la vida, al ver cómo mis amigas se casan y forman sus familias, mientras que yo sigo soltera.  Ha sido difícil estar de pie en las bodas, al frente, con un lindo vestido y unas flores, “siempre como dama, nunca como novia”.  Si leíste el artículo que escribí hace unas semanas, ya sabes que estuve a punto de casarme, pero mi compromiso se rompió tres semanas antes de la boda.  Para ser sincera, nunca me imaginé pasar de los 30 y seguir siendo soltera.  Pensaba que era algo que Dios me daría sí o sí.  En mi mente no contemplé el panorama de la soltería, y la experiencia de seguir siendo soltera me llevó a una crisis de fe.  Creía que Dios estaba dormido, o era sordo, o que simplemente no le importaba.

Pero, como dice en 2 Timoteo 2:13, “si somos infieles, El permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo”.  En medio de mi crisis, Su voz empezó a resonar con fuerza.  Yo quería que Él me dijera: “Tranquila, hija, tu esposo llegará”, pero no.  Por la izquierda, por la derecha, por delante, por detrás, por arriba y por abajo, Dios me decía: “Yo soy suficiente”.  Luché tanto con esas palabras, ¡porque yo quería mi esposo!  “No, Señor, no eres suficiente.  Perdóname, pero no eres suficiente”.  Entonces cayeron sobre mí Sus Palabras como lluvia, hasta que terminé totalmente empapada.

En Jeremías 2:13, Dios se dirige a Su pueblo y les dice: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me han abandonado a mí, fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua”.  Este pasaje sacudió todos mis cimientos.  Yo estaba en busca de esas aguas vivas (de la felicidad), pero creía que las podía encontrar en los brazos de un esposo.  Analicé mi vida cristiana y me di cuenta de que yo no estaba en la iglesia por Dios, sino más bien para que Dios me ayude a conseguir mis sueños y anhelos.  Sí, yo iba detrás de las cisternas rotas y abandoné a la fuente de aguas vivas.  Dios era un medio, no un fin.  Entonces, ¿cuál era mi dios?  No era el Dios Vivo, no.  Mi dios era el matrimonio, mi felicidad o yo misma.

La imagen de las aguas me llevó al conocido pasaje de la mujer en el pozo en Juan 4.  Ella era una mujer que había tenido cinco maridos y después estaba viviendo con un hombre que no era su marido.  Vi reflejado en ella mi deseo de ser amada por un varón y mi cadena de rechazos.  Pero ¿qué le dijo Jesús?  Sentado junto al pozo, el Señor le dijo: “Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna”.  El diálogo finaliza cuando Jesús le responde a su pregunta sobre el Mesías: “Yo soy, el que habla contigo”.  No, no son cinco maridos los que dan significado y valor a la vida, es ÉL, solo Él.

Mi corazón terminó de ablandarse cuando en un estudio bíblico hablamos sobre Mateo 13:44-46: “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder, y de alegría por ello, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo.  El reino de los cielos también es semejante a un mercader que busca perlas finas, y al encontrar una perla de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró”.  Leí el pasaje dos, tres, cinco, seis veces.  Jesús es ese Tesoro por el que vale la pena perderlo todo.  Si me quedo sin nada, pero tengo a Jesús, vale toda la pena.  Pero me di cuenta de que esa no era la realidad en mi corazón.  Ese día, oré: “Señor Dios, hoy quiero reconocer que no eres mi Tesoro, que no estoy dispuesta a perderlo todo para quedarme contigo.  Pero sí quiero que seas mi Tesoro, ¡cambia mi corazón!  ¡Renueva mi mente!  Por favor, haz que yo Te vea como el Tesoro que eres”.

No sé qué es lo que Dios tendrá para mí o para ti en el futuro, solo sé que, casados o solteros, Jesús es suficiente.  Antes de terminar, quiero que sepas que yo te entiendo.  Sé que es difícil sentir que Jesús es suficiente.  Hoy te desafío a que le pidas al Señor que te haga ver la grandeza de la muerte de Cristo en la cruz, de la salvación que Él te ha dado, sin merecerlo.  Te animo a que mires a tu alrededor y veas que todo es gracia.  Hoy oro por ti, que lees estas palabras, y le pido al Señor que Él te muestre que de verdad es suficiente y que es un Tesoro, no un premio de consuelo.  Ora también por mí, porque es algo que cada día tengo que recordar y es una verdad a la que cada día me tengo que aferrar.  Recuerda que el matrimonio no es eterno (Mateo 22:30), pero la Palabra del Señor, el Verbo, el Logos de Dios, Jesús, permanece para siempre (1 Pedro 1:24-25).

 

María del Carmen Atiaga

Teóloga, traductora en intérprete

[email protected]

MDC/ag

31 03, 2017

Cuando los sueños se derrumban

2019-09-09T00:13:53-05:0031 marzo, 17|

Aprendamos a vivir a la luz de la eternidad

 Todo estaba listo.  El vestido blanco, el pastel con flores, las invitaciones, la iglesia apartada para el 18 de noviembre.  ¡Faltaban tres semanas para la boda!  Tres semanas para cumplir mi mayor sueño… Él era mi compañero en el Seminario, futuro pastor, inteligente, piadoso, con todas las cualidades de mi lista.  No podía estar más feliz, contaba los días para empezar mi vida y ministerio con él, pero, de repente, todo se derrumbó cuando él rompió el compromiso.  De un momento para otro, todos mis sueños se deshicieron como un castillo de naipes.  En el piso, con el corazón hecho pedazos, levanté los ojos al cielo y exclamé: “¡Dios, ¿no se supone que tú debías darme el anhelo de mi corazón?  ¡Yo oré por esto y sentí tu aprobación!  ¡Me abriste todas las puertas!  ¿Por qué me quitas ahora mi sueño?  Si así eres Tú, yo no quiero servir a un Dios así”.

Francis Thompson dice que Dios es el “Sabueso del Cielo”, que sale en nuestra búsqueda cuando estamos perdidos y no descansa hasta que nos encuentra y nos trae de regreso.  Estoy agradecida porque el Sabueso del Cielo no me dejó quedarme en mi rebeldía por mucho tiempo.  Él me trajo de vuelta.  “Señor, me han dicho que no pregunte por qué, sino para qué.  Entonces, ¿para qué, Señor?”  En mi corazón sentía el suave murmullo del Espíritu Santo que me decía: “Hijita, no preguntes.  Solo confía”.  Y decidí confiar.

Sabía que Dios tenía algo mejor para mí, pero no me imaginaba cuáles eran Sus planes.  Efesios 3:20 dice que Él es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos y, en mi mente, eso significaba que pronto vendría un varón más guapo que José, más fuerte que Sansón, más inteligente que Pablo y dispuesto a compartir el ministerio conmigo como Pedro.  ¡Ese era mi sueño!  Pero no llegaba, no llegaba y no llegó.  De hecho, cometí errores terribles (que Dios usó para Su gloria) por creer que tal o cual susodicho sería el príncipe elegido.

Empecé a luchar con Dios nuevamente.  “Padre, supongo que, si no me quitas este deseo, es porque me vas a permitir cumplir mi sueño.  Tú no me dejarías tener este anhelo si Tu voluntad no es darme un esposo, ¿no es así?”  Dios contestó mi pregunta cuando me encontré con unas palabras de Elisabeth Elliot que rompieron mi corazón (pero de una buena manera).  Ella decía que lo más probable era que Dios no quitaría el anhelo de casarse, y puso como referencia Deuteronomio 8:2-3: “Y te acordarás de todo el camino por donde el Señor tu Dios te ha traído por el desierto durante estos cuarenta años, para humillarte, probándote, a fin de saber lo que había en tu corazón, si guardarías o no Sus mandamientos.  Él te humilló, y te dejó tener hambre, y te alimentó con el maná que tú no conocías, ni tus padres habían conocido, para hacerte entender que el hombre no sólo vive de pan, sino que vive de todo lo que procede de la boca del Señor”.  Luego mencionaba cómo, al perder a dos esposos, descubrió que Dios quería que ella le glorificara como mujer soltera.

[1]

Dios me hizo entender que, sí, Él tenía lo mejor para mí, pero lo mejor era ÉL MISMO.  Pablo dice en Filipenses 38-9a: “Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo, y ser hallado en Él…”  Los seres humanos tenemos una visión muy limitada y un corazón que se inclina hacia el hedonismo.  El hedonismo es una teoría que establece el placer como fin y fundamento de la vida, pero ahí nos quedamos, en esta vida.  Sin embargo, el escritor y consejero Paul David Tripp dice que, si deseamos caminar en la dirección correcta, debemos saber cuál es nuestro destino final.  Los detalles de la vida tienen sentido cuando los vemos a la luz de la eternidad, y la eternidad nos enseña lo que es realmente importante en la vida.[2]  ¡Esta vida no es nuestro destino final!  Ahora está de moda decirnos entre cristianos que “lo mejor está por venir”.  Y eso es cierto, si pensamos en la esperanza de vida eterna que tenemos en Cristo.  Como dice John MacArthur, esta es nuestra mejor vida, solo si vamos al infierno.[3]

Entonces, ¿Dios es una deidad malvada que nunca me dará lo que mi corazón anhela?  Como diría el apóstol Pablo, ¡de ninguna manera!  Mencioné arriba el hedonismo y, para ello, el predicador John Piper propone un “hedonismo cristiano” y dice que Dios es más glorificado en nosotros mientras más satisfechos estamos en Él.  Sí, él nos propone que encontremos placer en Dios.  ¿Acaso no es lo que dice el Salmo 34:8?  “Prueben y vean que el Señor es bueno.  ¡Cuán bienaventurado es el hombre que en Él se refugia!”  Este es mi versículo favorito y, de hecho, el término “prueben” se refiere al sentido del gusto, del paladar.  El Salmo 37:4 dice: “Pon tu delicia en el Señor, y Él te dará las peticiones de tu corazón”.  El enfoque del versículo no está en las peticiones de nuestro corazón, sino en deleitarnos en Él.  Mientras nos deleitamos en el Señor, Él va cambiando nuestros sueños y anhelos para alinearlos con Su voluntad para nuestras vidas, ¡y Él se glorifica al hacer realidad nuestros sueños, los sueños que Él pone en nuestro corazón!

Todas las referencias bíblicas son tomadas de la Biblia de las Américas.

Nombre: María del Carmen Atiaga

Correo: [email protected]

 [1] Elisabeth Elliot en Vida en Familia Hoy, programa “En busca del amor”.

[2] Paul David Tripp y Timothy S. Lane, How People Change (New Growth Press, Greensboro, 2008): 37-38.

[3] John MacArthur, “Your Best Life: Now or Later?”, Grace To You Resources.

MDC/ag

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