Todo el día, todos los días, estamos bombardeados por mensajes que nos prometen felicidad y plenitud. Los anuncios en Facebook, Twitter, Instagram y todos los demás medios de comunicación fomentan la venta de un mensaje en particular: compre los productos anunciados y será feliz.
Probablemente no.
Recuerdo cuando niño querer con desesperación un coche a control remoto. Mi primo tenía uno y era maravilloso. Si tan sólo pudiera tener ese coche, nunca más querría otro juguete, pensaba. Finalmente lo conseguí. Una maravilla de la tecnología. Un niño de ocho años estaba dirigiendo su propio coche. Pocos días después, mi coche fantástico me decepcionó. Sólo giraba en una dirección y no iba muy rápido. Necesitaba uno mejor.
Han pasado algunas décadas y todavía lucho con los mismos sentimientos. Ese apetito insaciable de alcanzar logros y felicidad, continúa vivo. Pero este problema no es nuevo. El mismo Rey Salomón luchó con la misma cosa. (Eclesiastés. 2). Él también tenía ese sentido de falta de satisfacción. ¿Entonces, cuál es la solución? ¿Cómo puedo sentirme realizado y vivir contento y satisfecho?
Salomón descubrió esto: Es el Creador, no la creación que nos da total satisfacción. Él escribió: «Porque ¿quién comerá y quién se alegrará sin Él? (Eclesiastés 2:25 LBA). Los anhelos más profundos de nuestro corazón sólo pueden ser cumplidos por nuestro Creador. Encontrar satisfacción es una ilusión, a menos que ésta provenga de Dios. Nuestros corazones fueron hechos para El. Tratar de llenarlos con cualquier otra cosa no proporcionará satisfacción duradera. Las «cosas» de la vida no son malas, siempre y cuando se disfruten como un regalo de Dios. Pero si las «cosas» desplazan a Dios en nuestro anhelo de satisfacción, estaremos embarcados en un viaje sin fin.