En conversaciones con personas que quieren servir a Dios, casi siempre les hago la siguiente pregunta: «Cuéntame acerca de una época en tu vida en la que experimentaste una crisis de fe». Las respuestas son intrigantes. Para algunos, una «crisis de fe» es falta de madurez espiritual, por lo que niegan alguna vez haber tenido una, o son muy tímidos como para admitirlo. Otros, lo ven como un tiempo en el que sobrevivieron a un “Campo de concentración del divino sufrimiento» con mucho coraje.
Como joven pastor, tuve una crisis que duró casi dos años. Dejamos la iglesia que pastoreé y trabajé para convertirme, con mi familia, en misioneros con HCJB. Teníamos dos hijas pequeñas, una casa para pagar y un auto que continuamente se descomponía. Con frecuencia clamé a Dios porque no tenía idea de cómo sobreviviríamos la próxima semana. Por su gracia, nunca dejamos de cumplir con los pagos de la casa, nuestro coche de repente funcionó bien, y siempre había comida en la mesa. Pero luché con la duda. «Estoy tratando de servir a Dios, ¿por qué Dios no resuelve estos problemas?»
Un pastor me enseñó que la fe se aprende mejor en la crisis, no en la calma. Recuerden lo que dice Salmos 119: 65-67:
La tierra, oh SEÑOR, está llena de tu misericordia; enséñame tus estatutos.
Bien ha obrado con tu siervo, oh SEÑOR, conforme a tu palabra.
Enséñame buen juicio y conocimiento, pues creo en tus mandamientos.
Antes que fuera afligido, yo me descarrié, mas ahora guardo tu palabra.
Bueno eres tú, y bienhechor; Enséñame tus estatutos.
«Yo me descarrié» no significa «pecado», significa crisis. Es parte del ser humano, de ser hechos de polvo (Sal 103: 14). El amor de Dios por nosotros significa que Su fidelidad no está condicionada a la nuestra. Él es un Dios bueno, misericordioso, y todo lo que Él hace es bondadoso.