Todos pensamos que escuchar es cosa sencilla pero realmente requiere de nuestra concentración intencional para escuchar de verdad.
Una ocasión una maestra de escolar estaba explicando a uno de los niños lo que era es pecado. Otro de ellos levantó su mano y dijo: -Yo he comido de eso, yo he comido pescado. Fue muy gracioso el momento, todos los niños rieron y la maestra explicó a toda la clase la diferencia entre el pescado y el pecado.
Cuando hablamos menos y escuchamos más:
- Valoramos a las personas y sus opiniones
- Valoramos el tiempo del otro
- Empezamos a amar
Claro que esto no se construye de la noche a la mañana. Darse cuenta de la necesidad de escuchar puede tomar tiempo, puede surgir luego de experimentar situaciones complicadas o vergonzosas como la de aquel niño de primaria confundiendo las palabras.
Si queremos ser efectivos, entonces escuchemos con el corazón, para lograrlo necesitamos escuchar a Dios cada día. Su Palabra es la voz que nos afirma, instruye y exhorta. Escuchar a Dios es establecer una relación de amor vertical que nos llevará a construir relaciones de amor horizontales y podremos escuchar a nuestro hijo adolescente que volvió a llegar tarde a la casa; al cónyuge cansado, a papá y a mamá que tienen la preocupación por los pagos pendientes, y a muchas otras personas que tal vez ignoramos.