“Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.” – Mateo 11:28
Hija, no eres de mi sangre, pero te adopté en el corazón el día que te casaste con mi hijo. Desde entonces, te considero parte de mi vida, y quiero decirte algo que aprendí con lágrimas: necesitas descansar.
Yo también fui fuerte, determinada, capaz. Sentía que todo dependía de mí. Hasta que me derrumbé. El cuerpo me pasó factura, y el alma también. Me agoté tratando de ser indispensable.
Dios no se cansa, pero nos dio el descanso como regalo. Porque descansar no es rendirse. Es confiar. Es reconocer que no somos Dios.
No está mal si la casa no está perfecta. No está mal si un día necesitas ayuda o si el almuerzo no tiene todos los grupos alimenticios.
Está bien parar. Está bien decir “no puedo”. Y lo más importante: está bien confiar en que Dios puede sostenerte mientras tú te detienes.
Descansar también es fe. También es obediencia. Y sí, también es amor.
Sí, el mundo sigue girando aunque nosotras tengamos que parar, porque el que lo sostiene es Dios. Y si Él puede sostener el mundo, también puede sostenerte a ti y a tu hogar cuando tengas que parar.