Me llama mucho la atención que el primer milagro de Jesús no ocurriera en un templo, ni sanando a enfermos, ni resucitando a alguien. Su primer acto milagroso fue en una boda sencilla, en medio de una celebración familiar, rodeado de amigos.
Jesús eligió comenzar su ministerio en un ambiente cotidiano, en medio de una celebración familiar. Su primera señal como Mesías no fue en un lugar sagrado, sino en una fiesta, entre risas, conversaciones y gozo. Dios mismo, nuestro Salvador, se involucró en lo ordinario de la vida.
Eso es el evangelio, Jesús transforma lo que somos desde lo más simple. Una cocina, una charla de sobremesa, una tarde de juegos en familia, la cuna de un recién nacido… en esos espacios también se manifiesta su gloria.
El Reino de Dios no solo irrumpe en templos llenos de gente; también transforma un hogar pequeño donde viven tres personas. Con ese milagro, Jesús mostró que lo cotidiano también es terreno sagrado.
Jesús sigue deseando manifestar su gloria en nuestros hogares…con todo el caos que eso involucre. Quizás la próxima reunión en tu mesa sea el lugar donde Él quiera comenzar un milagro.