Hablar y vivir la hospitalidad ha sido un desafío para mí; por un lado, me encanta tener personas en mi hogar, pero al mismo tiempo, me conflictúo al pensar que, si mi casa no está perfectamente organizada o no es lo suficientemente grande, no puedo recibir visitas. Esta lucha me ha privado, en varias ocasiones, de tener huéspedes en casa.

En la Biblia encontramos muchos ejemplos de personas que practicaron la hospitalidad, pienso en Jetro, el suegro de Moisés (Éxodo 2), la viuda de Sarepta (1 Reyes 17), la sunamita (2 Reyes 4). Jesucristo, nuestro amado Salvador también recibió el amor de muchos amigos que le hospedaron. En el libro de Hechos encontramos varios ejemplos de hospitalidad; Pablo tuvo amigos que le recibieron en sus casas y fueron de mucha bendición para su vida y ministerio. El autor de Hebreos nos dice que no nos olvidemos de la hospitalidad. El apóstol Pedro también nos exhorta a ser hospedadores sin murmuraciones (1 Pedro 4:9). Hay un hombre llamado Gayo que fue elogiado por su hospitalidad (3 Juan 1:5-8); y podría seguir citando más ejemplos de hombres y mujeres que mostraron amor y servicio a través de este ministerio.

En estos meses hemos pasado situaciones de prueba como familia, y una de las cosas que le pedíamos a Dios era tener un tiempo para desconectarnos y descansar. Dios en Su gracia nos permitió pasar varios días en casa de unos amigos muy especiales para nuestro corazón. Los conocí cuando tenía 19 años y en ese tiempo fui impactada por su hospitalidad sincera y amorosa. Al mirar hacia atrás me sorprende cómo un acto de hospitalidad unió nuestros corazones y, con el pasar de los años, el amor fraternal ha crecido entre nosotros, al punto que, hoy por hoy, nos consideramos familia.

En medio de las pruebas que hemos vivido en este tiempo, pasar unos días con ellos fue un regalo especial, nos sentimos amados, atendidos, mimados y cuidados. Experimentamos cómo cada acto de su hospitalidad era una caricia de Dios para nuestros corazones, que de una manera hermosa sanaban el dolor que estábamos pasando. Hablar con ellos, reír, disfrutar de juegos de mesa, orar con ellos, comer rico, realizar caminatas, conocer nuevos lugares, nos permitieron, a mi esposo y a mí, ver cómo Dios usa grandemente a los de corazón hospedador para bendecir y animar de maneras únicas.

Quizás digas, esto no es para mí porque no tengo una casa lo suficientemente grande o porque no estoy casado, pero Jesús nos invita a todos a mostrar actos sencillos, como dar un vaso de agua al sediento, que pueden marcar la vida de una persona con un impacto eterno.

Porque tuve hambre, y me disteis de comer, tuve sed, y me disteis de beber, fui huésped, y me recogisteis, desnudo, y me cubristeis, enfermo, y me visitasteis, estuve en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos? ¿o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos huésped, y te recogimos? ¿o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis.

Mateo 25:35-40

Los hospedadores son personas reales que no buscan impresionar, sino servir a Cristo al servir a otros. Los hospedadores son personas de carne y hueso que, al mostrar sus vidas, no perfectas, pero dependientes de Dios, son instrumentos poderosos para mostrar el evangelio de Cristo y animar a quien está desanimado.

Al recordar este precioso ministerio de la hospitalidad, Dios ha despertado en mi familia el anhelo de volver a abrir las puertas de nuestra casa, pero, sobre todo, abrir nuestros corazones para que Dios brille a pesar de nuestras grietas.

Nuestra casa, en realidad no es nuestra, le pertenece a Dios, así que ¿por qué no dedicar al Señor el lugar donde vivimos y pedirle que lo use para Su gloria? Oremos por oportunidades para servir a personas en nuestros hogares, oremos para que Dios nos dé la sabiduría y la dirección para vivir la hospitalidad.

Nunca es tarde para convertirnos en hospedadores, y mostrar a este mudo solitario, temeroso y necesitado, el amor de Dios, al darles una probadita de lo que nos espera en nuestro hogar celestial donde nuestro Hospedador perfecto, amoroso y generoso está preparando un banquete para nosotros.

Compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad.

Romanos 12: 13