Hoy avanzamos en nuestro momento en la Galería de la Fe y nos encontramos con la figura de Elías. Como muchos otros profetas, Elías no buscó ser mensajero de Dios. En vez de ello, Dios lo escogió a él para el trabajo. Una vez fue llamado, Elías no vaciló en aceptar su misión, aunque parecía que su vida sería amenazada por el perverso rey. Elías fue enviado una vez a la ciudad capital de Samaria para dar el anuncio al rey Acab. Luego, Dios envió a Elías a esconderse a medida que la sequía se manifestaba, se secaban las fuentes de agua y se perdían las cosechas de la nación (1 Reyes 17:7-15; 1 Reyes 18:1).
Los profetas de Baal fueron humillados cuando no pudieron invocar a sus dioses paganos para terminar con la sequía y traer la tan necesaria lluvia sobre la tierra. El rey Acab y sus oficiales estaban furiosos con Elías, pensando que él era la causa de tanto sufrimiento en Israel, y enviaron a capturarlo a tierras extranjeras (1 Reyes 18:10).
El milagro público más grande de Elías se dio en medio de un concurso con 450 profetas de Baal y los 400 profetas de Asera en el Monte Carmelo. Elías invitó a todos estos falsos profetas y a todo Israel para una demostración que probaría que Baal no tenía ningún poder frente al Dios de Israel. El resultado demostraría quién servía al Dios verdadero (1 Reyes 18:19-40).
Elías es considerado uno de los profetas más importantes del Antiguo Testamento. Él llevó a cabo fielmente la misión de Dios a pesar de enfrentar el peligro y las dificultades. Él era la voz singular de “alguien que clama en el desierto” para reprender el pecado en la tierra y descubrir a los falsos profetas y a la falsa religión de su época, un hombre apasionado por Dios y por el servicio a los demás.
MDC/ag