El enfermo agradecido

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Mauricio Patiño Bustos

El enfermo agradecido

Es momento de dar un paseo por las amplias salas de la Galería de la Fe. Nos detenemos frente al retrato de un hombre cuyo rostro emana alegría y profunda paz. Un hombre de los tiempos de Jesús. El divino maestro de Galilea siempre fue muy bondadoso con los enfermos. En cierta ocasión tuvo que atravesar una aldea de camino hacia Jerusalén. Cuando entró en aquel caserío, diez leprosos fueron a encontrarse con él. Habían oído que Dios le había dado a Jesús poder para curar toda clase de enfermedades.

Los leprosos no se acercaron a Jesús, se quedaron a cierta distancia. Pero creían que el Gran Maestro podía curarlos. Por eso, cuando lo vieron, gritaron: ‘¡Jesús, Maestro, ayúdanos!’. Naturalmente Jesús sintió compasión y amor por aquellos enfermos y tras entablar un breve diálogo con ellos, les ordenó que fueran a presentarse a los sacerdotes.

Ahora bien ¿Por qué les dijo Jesús que hicieran eso? Debido a la ley que Dios le había dado a su pueblo sobre los leprosos. Aquella ley decía que el sacerdote de Dios tenía que examinar la carne del leproso y decirle si había desaparecido la enfermedad. Cuando quedaba curado, podía volver a vivir con las personas sanas.

Mientras iban de camino a ver al sacerdote, la enfermedad desapareció. Su carne sanó y quedaron curados.

Uno de los hombres curados volvió a donde estaba Jesús y comenzó a glorificar al Señor, a decir cosas buenas de él. Eso era lo que debía hacer, porque el poder para curarlo había venido de Dios. Además, el hombre cayó a los pies del Gran Maestro y le dio las gracias. Se sentía muy agradecido por lo que Jesús había hecho.

Pero ¿y los otros nueve hombres? Jesús preguntó: ‘¿No fueron curados diez leprosos? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Solo regresó uno a darle gloria a Dios?’.

Sí, es cierto. Solo uno de los diez glorificó, o alabó, a Dios y volvió para darle las gracias a Jesús. Era un samaritano, un hombre de otro país. Los otros nueve no le dieron las gracias a Dios ni tampoco a Jesús.

Por todo esto, el retrato de este hombre anónimo, engalana hoy la Galería de la Fe.

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