Hace algunos meses asistí al sepelio de la mamá de un amigo. Cuando él supo la noticia de la muerte de su madre, inmediatamente buscó un vuelo de México a Quito. Al encontrarnos en tan doloroso evento, para mi asombro, él me recibió con una sonrisa y un abrazo. Le dije unas cuantas palabras de consuelo, pero fue él quien me transmitió y me lleno de paz. Me dijo sin titubear: lloré junto a ella ayer en la noche y sé que está con su Amado en el cielo.
Si yo no fuera cristiano, realmente las palabras de mi amigo habrían sido difíciles de entender. Serían confusas, extrañas y lejanas; pero lo que pude ver fue a un hombre que aceptaba la circunstancia de manera adecuada y armoniosa porque su mirada y confianza estaban en Dios.
Cuando pasamos tiempos difíciles, es preciso correr a los brazos de nuestro Padre celestial. Nuestro refugio está en su presencia y es allí donde podemos descargar nuestros dolores, frustraciones, tristezas…
Hay un Salmo que tiene un inmenso valor y estoy segura que muchas personas se refugian en las palabras que expresa su escritor. Y si tú aún no lo haces te invito a tomar esa decisión de interiorizarlo y experimentar la verdad que encierra. El primer versículo del salmo 46 dice así:
Dios es nuestro amparo y fortaleza,
Nuestro pronto auxilio en las dificultades.
Este canto, reconoce que no hay nadie más que Dios en el universo, en quién confiar; capaz de ofrecer refugio, fuerza y libertad.
Desconozco la situación por la cual estás viviendo, pero te quiero invitar a unir tu voz y cantar esta verdad que expresa el poder de Dios.