El FINDE QUE CAMBIÓ LA HISTORIA

El FINDE QUE CAMBIÓ LA HISTORIA

Si buscamos en Google cuáles son los eventos que han cambiado la historia de la humanidad, encontraremos diversas listas que incluyen acontecimientos históricos como el Renacimiento, la caída del muro de Berlín, la batalla de Stalingrado, el lanzamiento de Sputnik, la pandemia de la covid-19, entre otros. Pero hubo tres días que sacudieron la historia y sus repercusiones se han sentido por más de 20 siglos tanto en la esfera terrenal como en la espiritual.

El Hijo de Dios, es decir, Dios mismo hecho hombre, estaba de rodillas en la oscuridad de la noche. Gotas de sudor mezcladas con sangre brotaban de Su frente. «Padre, si es Tu voluntad, aparta de Mí esta copa; pero no se haga Mi voluntad, sino la Tuya», repetía una y otra vez. Sus amigos más queridos se quedaron dormidos, sin hacer consciencia de lo que estaba a punto de ocurrir.

De repente, la noche se iluminó con el brillo de antorchas y el silencio fue invadido por los gritos de una multitud que se acercaba. De entre la gente salió uno de Sus seguidores más cercanos, un hombre al que momentos antes el Creador del universo lavó los pies, que pocas horas atrás había compartido la última cena con Él. Judas besó a su maestro como muestra de su traición. Se llevaron a Jesús para ser juzgado; Él, el único hombre inocente que ha andado por la faz de la tierra.

Su mejor amigo negó conocerlo. Sus seguidores se dispersaron y huyeron. El Hijo de Dios fue enviado de un lado para el otro porque no sabían de qué acusarlo. La meta era quitarle la vida, pero ¿cómo? Los líderes religiosos lo acusaban de blasfemia, pero el Imperio Romano no se metía en los conflictos religiosos internos. La solución fue mentir. El Mesías les había dejado en claro en Sus años de predicación que Su Reino no era de este mundo, pero mintieron diciendo que Él incitaba al pueblo contra el césar. El Rey de reyes fue condenado por un gobernante terrenal. Pero Jesús le recuerda a Pilato que su autoridad le fue dada por el Amo y Señor del universo.

Todo era parte de un plan que fue ideado desde el principio. Era la misión de rescate que Dios anunció en el momento mismo que el pecado entró en el mundo. El Señor les había advertido que la consecuencia por la desobediencia era la muerte.

Pero entonces sucedió algo sorprendente: el Cristo fue condenado a esa muerte que merecía la humanidad. El amor movió al Hijo de Dios a cargar por las calles de Jerusalén una pesada cruz. Recibió azotes y burlas. Le escupieron y hundieron una corona de espinas en su frente. Clavaron enormes clavos en sus manos y en sus pies. Jesús solo puso susurrar: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Y ahí, colgado en la cruz, clamó en alta voz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» En ese momento, Él cargaba sobre Sus hombros el peso de todo el pecado del mundo. Todas las cosas malas que hemos hecho tú y yo. Toda nuestra desobediencia. Todo nuestro egoísmo. Todas nuestras motivaciones incorrectas.

Jesús murió y Su sangre derramada satisfizo la demanda de Dios por el pecado. Tan pronto como dio Su último suspiro, quienes lo ejecutaron se dieron cuenta de que cometieron un error. ¡Era un hombre inocente! Regresaron a sus casas golpeándose el pecho mientras el cielo se oscurecía. En ese momento, un terremoto sacudió la tierra. El velo del Templo se rasgó en dos. ¡Eso significaba que ya no había separación entre Dios y los hombres! La relación que se rompió en el Edén finalmente estaba restaurada.

Sí, la consecuencia por la desobediencia era la muerte. Lo que nadie se esperó era que Él mismo asumiría esa muerte para que Sus Hijos pudieran tener vida.

Sin embargo, terminó el día viernes y amaneció el sábado en medio de un sentimiento de total desesperanza. ¿Qué clase de Mesías era este? ¿Un Mesías derrotado? Ese sábado nadie podía sonreír. En verdad, no había mucho que pudieran hacer. Era el día de reposo. Ni siquiera podían ocuparse en alguna cosa para no pensar.

El domingo llegó y las mujeres al fin podrían ir a limpiar el cuerpo de su Señor. Hacer algo por Él. Tratar de entender. ¡No tenían idea de lo que les esperaba! Iban por el camino preocupadas, sin saber cómo moverían la piedra que sellaba la entrada al sepulcro, pero… ¿Qué? La puerta estaba abierta y la tumba ¡vacía!

En ese momento apareció un ángel para refrescarles la memoria. Sí, Jesús les había dicho que moriría y resucitaría. ¡Jesús estaba vivo! Todas las dudas se disiparon cuando Él mismo apareció frente a sus ojos. Primero fueron las mujeres. Luego dos discípulos que iban camino a Emaús. Hasta que fue donde estaban todos reunidos. No cabía duda. ¡Resucitó! La desesperanza se convirtió en esperanza. ¡Jesús estaba vivo!

Con Su muerte, Cristo lavó los pecados de la humanidad. Logró la reconciliación entre Dios y aquellos que eran Sus enemigos. Y con Su resurrección, el hijo de Dios derrotó a la muerte (la paga del pecado). La resurrección de Jesús nos dio nueva vida, salvación y la esperanza de pasar toda la eternidad a Su lado.

No hay mejor explicación que esta:

Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos. Porque difícilmente habrá alguien que muera por un justo, aunque tal vez alguno se atreva a morir por el bueno. Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por Su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de Él. Porque si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, habiendo sido reconciliados, seremos salvos por Su vida.

(Romanos 5:6-10).

¡JESÚS HA RESUCITADO!

¡EN VERDAD HA RESUCITADO!

El mundo jamás volvió a ser igual…

 

ESCRITO POR: María del Carmen Atiaga

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