Todo comenzó cuando nos regalaron unas semillas de espinaca que sembramos en el jardín y experimentamos la emoción de tener las hojitas a nuestra disposición, orgánicas, saludables. Así empezó la aventura de sembrar cilantro, romero, menta, albahaca y, finalmente, lechuga. Todo iba de maravilla hasta una noche abrí la puerta de la casa y frente a mí se contoneaba una larga babosa. ¡Mis lechugas estaban en peligro!
Así empezó la cacería. Buscamos en Internet cómo deshacernos de la plaga y pedimos consejos. Hemos hecho de todo y debo compartir con alegría que, si antes encontrábamos 40 babosas por noche, ahora son solo cinco o seis. Sin embargo, nos dimos cuenta de algo: si queremos comer del “fruto” (hojas) de nuestras lechuguitas y espinacas, nuestra lucha contra las babosas tiene que ser constante e intencional. Descubrimos que, si nos acomodamos y nos creemos victoriosas una sola noche, al día siguiente encontraremos más y más de estos animalitos.
Me vino a la mente que lo mismo sucede con el pecado en nuestras vidas. ¿Te ha pasado que sientes que ya superaste un pecado, solo para volver a caer y quizá de una forma más dolorosa? En Colosenses 3:5 dice que debemos hacer morir lo terrenal en nosotros. La palabra griega literalmente significa “matar”. Es un imperativo (una orden) que demanda una respuesta activa y deliberada del cristiano. Los resultados de no luchar firmemente contra el pecado son fatales. Así como las babosas destruyen las lechugas, el pecado nos destruye. John Owen parafraseó así Romanos 8:13: “Mata continuamente tu pecado o este te matará a ti”. Pero ¿cómo puedo matar mi pecado?
1. En primer lugar, reconoce tu condición pecaminosa y ora para que el Señor te muestre en Su Palabra las maneras en que has permitido que el pecado te domine (Romanos 7:7-25). Luego confiesa esa transgresión (1 Juan 1:9) y ora para que el Señor te ayude a tener un verdadero arrepentimiento, es decir, a cambiar (2 Timoteo 2:24-26).
2. Celebra la verdad que Jesucristo te hizo libre del pecado (Gálatas 3:22; 5:1). Antes eras esclavo del pecado, pero Dios te redimió por medio de la muerte de Cristo en la cruz y ahora le perteneces a Él (Romanos 6:22). El Señor adquirió para ti la victoria sobre el pecado y ahora eres más que vencedor (Romanos 8:37). Y si Cristo te ha libertado, eres VERDADERAMENTE libre (Juan 8:36). ¿No te da ganas de gritar de emoción?
3. Dejar de hacer algo no es suficiente para cambiar. En Efesios 4:21-31 Dios nos da el proceso del cambio bíblico. Nos despojamos de nuestro “viejo hombre”, renovamos nuestra mente y nos vestimos del “nuevo hombre”. Empezamos dejando el mal hábito o la acción pecaminosa, después llenamos nuestra mente con los pasajes de la Palabra de Dios que hablan específicamente a nuestra lucha y finalmente reemplazamos los actos viejos por nuevas obras. El ejemplo más claro está en el versículo 28: “El que roba, no robe más, sino más bien que trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, a fin de que tenga qué compartir con el que tiene necesidad”.
4. Finalmente, pero no menos importante, pide la ayuda del Espíritu Santo. Él vive en ti para hacer morir el pecado (Romanos 8:9-14). En Gálatas 5:16-25 vemos el contraste carne-Espíritu y el texto bíblico afirma claramente que los pecados son “obras de la carne”, es decir, que las realizamos tú y yo con alevosía, premeditación y ventaja. Al contrario, las virtudes son “frutos del Espíritu”, no son nuestras obras, sino el resultado de la obra santificadora del Espíritu de Dios en nosotros.
Al igual que la cacería de babosas, es vital que realicemos estos pasos a diario. Nuestra lucha contra el pecado debe ser implacable, involucrada, activa, intencional. Y si quieres disfrutar del fruto del Espíritu, así como yo anhelo saborear mis lechugas, ¡no bajes la guardia ni un solo día! Abrázate de lo que Cristo ya hizo por ti en la cruz, depende del Espíritu Santo, llénate de la Palabra de Dios y mata tu pecado antes de que este te mate a ti.
ESCRITO POR: María del Carmen Atiaga