Dicen que los hijos adoptados terminan pareciéndose a sus padres. No por la sangre, sino por la convivencia. Imitan sus gestos, su manera de reír, incluso su forma de mirar la vida.  Con el tiempo, muchas de esas cualidades terminan siendo de ambos. 
En Efesios 1:5 dice que tú y yo hemos sido adoptados por Dios. Él nos eligió y nos llamó hijos suyos, y eso significa que muchas de sus características también deberían verse en nosotros. Somos parte de su familia, y cuando vivimos cerca de Él, empezamos a parecernos a nuestro Padre.
Una de las cualidades que más resalta en Dios es su corazón generoso. Él es un Dios que da. Dio a su Hijo por amor, pero también da cada día vida, consuelo, perdón, provisión y nuevas oportunidades. Todo lo que tenemos viene de su mano.
Si somos sus hijos, entonces también fuimos hechos para dar.
Te has puesto a pensar que cuando damos, nuestro tiempo, nuestros recursos, nuestro perdón, estamos siendo semejantes a nuestro Padre, que dio sin interés, sin medida y con amor.
Recuerda, cuando damos de una manera desinteresada, nos parecemos más y más a nuestro Padre celestial. 
 
								


