Hace tiempo que entendí la diferencia entre la alegría y la felicidad. Quizá las usas como sinónimos, yo las miro de manera diferente.

La alegría es una demostración de las emociones. Es la expresión de cómo te sientes frente a lo que sucedió, sucede o sucederá. Es como una bengala que se enciende: ilumina, es evidente, se nota, y en algún momento termina. Su raíz es corta. Está asociado a lo inmediato, a lo fugaz.

La felicidad es una manera de vivir. Se expresa a través de la sonrisa, o incluso de la alegría, pero no se limita a la expresión. Tiene raíz más profunda. Junto a la esperanza, la felicidad nos ayuda a mirar en colores aunque todo pinte gris.

Puedes ser feliz aunque no sonrías

Jesús en una ocasión les dijo a sus amigos que en este mundo tendrán aflicciones. Eso no provoca alegría ni entusiasmo. Es un aviso deprimente, preocupante. Luego de contarles la situación les dice «pero confíen en mí, yo he vencido al mundo». Esa segunda declaración es motivo de alegría y felicidad. Nos lleva a saltar, pero más que eso, a vivir con esperanza, a mantener la felicidad en medio de todo lo que sucede a nuestro alrededor.

Hay días en los que no estoy alegre, no se ve una sonrisa en mi rostro, aún así, mi felicidad está presente cada día, me mantiene caminando y me recuerda que hay un paso más que dar, una meta, un destino, una persona a quien animar, de quien recibir un abrazo.