El amor debería ser tan evidente que las palabras sobren para describirlo.
Estamos acostumbrados a decir «te amo» pero no demostrarlo. Decimos a otros que les amamos, que estaremos con ellos hasta el fin del mundo, que no los abandonaremos, pero en el momento de la necesidad no nos acercamos, no los apoyamos. Vivimos en una dualidad entre decir y hacer.
Si un amigo tuyo está cambiándose de casa y tiene que empujar una refrigeradora, decirle que le amas no ayudará. En ese caso la mejor manera de demostrar amor es acercándote y ayudando a empujar.
Si en casa hay platos por lavar, la mejor manera de demostrar amor a tu familia no es dándoles una tarjeta sino lavando lo pendiente. No es romántico, no es para una selfie, pero es una demostración real.
Debemos separar lo romántico de lo real. Lo romántico apunta a momentos, lo real apunta a acciones constantes.
Hay tres puntos a valorar:
- Acciones: Lo que haces por alguien.
- Valor: La consideración que tienes cuando alguien te demuestra su amor.
- Sacrificio: El esfuerzo que hace.
El amor es acción. Lo vemos en Dios, en Jesús, en el Espíritu Santo. El amor trasciende a las palabras y es construido en un proceso.