Cerca de donde vivo cada cierto tiempo hay procesiones (romerías) de la Iglesia Católica, en las cuales cientos de personas desfilan detrás de una muñeca vestida de la virgen María. Hay música, cantos y flores que los asistentes arrojan cada cierto tiempo a la figura. Usualmente esta va adornada con los mejores vestidos dentro de una cajita de cristal. A lo largo de los años no solo he visto vírgenes Marías sino también muchos Jesucristo en una cuna y muchos otros en una cruz.
Para los cristianos, esto es idolatría pues como dice la Biblia en Jeremías 10, Habacuc 2, Levítico 26 y Salmo 135 son imágenes talladas en madera que no pueden hablar, oír o ver y que son producto de una adoración desviada.
Antes, solía verme a mí misma como superior a dichas personas, hasta el día en que Dios me mostró que un ídolo no es necesariamente un muñeco en una caja de cristal. Al tener una conversación con Dios, poco a poco me fue mostrando que en mi corazón había ídolos de todos los tamaños y de todas las formas. Algunos se parecían a personas que conocía, otros a mis sueños y otros a mis necesidades. Cada uno tenía un pedestal.
En la Biblia dice que tengamos cuidado de nuestro corazón, que lo resguardemos, pues de él mana la vida. También afirma que de él sale todo lo malo que hay en el hombre: envidia, pleitos, homicidios, pura maldad.
Antes de que el hombre cayera en el Huerto del Edén, Dios lo había formado con un corazón adorador y es ese mismo corazón que busca adorar y atesorar cosas que no son Dios convirtiendo ídolos incluso a algo bueno.
Debemos entender que un ídolo no siempre está en frente de nuestros ojos y es todo aquello que quita la gloria a Dios y pone sobre sí nuestra confianza y seguridad. Los peores ídolos están escondidos en nuestro corazón.