Hay gente que piensa que el fútbol es un asunto de vida o muerte. A mí no me gusta esa actitud. Puedo asegurarles que es mucho más serio que eso.” (Bill Shankly)
Los que crecimos viendo el Joga bonito, gritamos el gol de Kaviedes que nos llevó a la primera clasificación del mundial, jugamos Fifa o nos emocionamos con las jugadas de Ronaldinho que permanecen en YouTube, podemos decir sin temor a equivocarnos que el fútbol es una pasión.
No puedo imaginar que sería de nosotros sin aquella cita mundialista que sucede cada cuatro años, algunos aseguran que solo se trata de varias personas corriendo atrás de un pedazo de cuero, pero yo no puedo dejar de pensar en el fútbol como la vida misma. Antes de que el balón ruede por la cancha, dejo volar mi imaginación en el escenario.
Por un lado están los que buscan sacar provecho de aquel suceso: venden y revenden todo tipo de alimentos, camisetas, boletos, etc. Aquellos que solo pueden ver cifras de dinero en su cabeza, incluyendo a los dueños de los equipos. Por otro lado están los aficionados: gente que espera la mejor puesta en escena y el mejor desempeño de los jugadores pero están dispuestos a divertirse en la fiesta futbolera. También hay otro grupo que surge de estos, que se aficiona tanto que no vale la pena señalar sus actos.
Por mi carrera he puesto mucha atención al otro grupo: aquellos eruditos en la materia. Algunos los llaman comentaristas, otros reporteros. Como sea, son aquellos que miran todo desde la comodidad de un camerino, reconozco que no son todos, pero en la gran mayoría dan recomendaciones y críticas a quienes están en el campo de juego. Dentro de este grupo también podrían entrar aquellos espectadores que saben al revés y al derecho las diez reglas más importantes del futbol. Y cuando ven que algún jugador falla, de inmediato gritan indignados.
El último grupo es mi favorito, son aquellos veintidós guerreros que están sobre la cancha. Aquellos que hacen que las cosas pasen. Cualquier error será digno de abucheos, pero corren el riesgo. Tal vez algunos lo hagan por dinero, pero la mayoría son personas que se han metido en el papel. Personas que se han convertido en héroes por atajar un penal o en villanos por fallar uno. Personalmente me encanta imaginar que pertenezco al último grupo. Y como hijos de Dios deberíamos ser de aquellos que generan las jugadas, que se arriesgan a todo por el honor de su entrenador (Jesús). Que se ponen la camiseta de la gracia, dan su mayor esfuerzo y cuando logran hacer un gol, dan la gloria con su mirada puesta en el cielo.
Temo ser de aquellos que se saben al revés y al derecho la teoría, pero nunca se arriesgan a intentarlo, están encima de la tribuna, desde la cabina de comentarios, condenados a pertenecer a la primera fila para siempre, desde allí no se pasa a la historia con el equipo que juegas. Desde ahí es imposible mirar al cielo dando gracias al dueño del universo quien de seguro te guiña el ojo desde arriba sabiendo que lograste entrar en las grandes ligas y a pesar de que conseguiste ser convocado a ese partido tan importante, el enemigo (satanás) fue derrotado. Y que con tu talento logras decir a miles que se dieron cita esa hora: “No sería nada sin Él”.
“En el fútbol, siempre estamos compitiendo; importa quién gana, pero yo sé que Jesús es mucho más importante que ganar o perder un partido o un campeonato. Jesús es el primero en toda mi vida” (Kaká)