En las matemáticas normales, cuando restas, pierdes. Pero en las matemáticas de Dios, cuando das, algo se multiplica.
Dios nunca diseñó la generosidad para vaciarnos, sino para mantener viva una cadena de provisión y bendición.
Cada vez que damos, algo se activa. Cuando oramos por alguien, la fe crece. Cuando compartimos nuestros recursos, vidas son saciadas. Cuando entregamos tiempo o fuerzas, Dios se encarga de renovarlas.
La Biblia dice que Él “da fuerzas al cansado y multiplica las fuerzas del que no tiene ninguna” Isaías 40:29. Esa es la manera de obrar de Dios: mientras das, Él sostiene. Mientras sueltas, Él multiplica.
Dar no nos empobrece, no nos limita ni nos agota; al contrario, nos conecta con la abundancia del cielo. Porque en el Reino, la ecuación es distinta, lo que entregamos con amor nunca se pierde, siempre produce vida.
Así que no temamos dar.
Demos nuestra energía, nuestros talentos, nuestras palabras, nuestros recursos. Porque cada vez que damos, Dios se mueve, y en sus matemáticas perfectas, la resta… siempre termina en multiplicación.
