Sin darme cuenta crecí con una mentalidad de víctima.
Desde pequeño mi forma de ser, mis intereses y mis hobbies no eran tan comunes dentro de mi círculo social. Normalmente se esperaba que un niño de mi edad pasara todo el tiempo persiguiendo una pelota, peleando bruscamente con otros varones. Sin embargo, yo siempre me encontré inmerso en la música, los libros, el teatro y mi Biblia.
Obviamente mi forma de ser no solo era extraña antes los ojos de mis compañeros de escuela, sino que también era el motivo de burla y abuso.
A los 11 años llegué a una escuela nueva con la esperanza de aprender y crecer en un ambiente que apoyara mi interés en el arte y la música. Al contrario, por todo lo yo que representaba, en lugar de hacer amigos parecía que cada día ganaba un enemigo diferente. Los chicos de mi clase se empezaron a dar cuenta de que podían burlarse de mí y mi llanto los entretenía, mis nervios alimentaban su valor para molestarme. Este abuso fue la primera TRAGEDIA a la que me enfrenté. Comenzó de forma verbal, escuchando nombres e insultos hacía mí. Que si mi forma de hablar, que si mi música, etc. Tal vez para la edad en la que estábamos era normal burlarse de alguien diferente. Pero no eran unas simples bromas, poco a poco ese abuso escaló estratosféricos niveles. Se transformó en abuso físico, emocional y hasta sexual.
Tenía yo 11 años cuando empecé a vivir con manipulaciones, golpes, gritos, abusos, castigos y fueron 9 años de humillaciones. Aprendí que los años, en esos casos, no corren a favor haciéndonos madurar, corren en contra quebrantándonos cada día. Sin embargo, durante esos años yo creí que estaba siendo fuerte y escondía mi realidad hasta de mis padres.
Al crecer, quise huir de mi pasado y vivir a plenitud, cosa que nunca sucedería sino tenía a Cristo como mi centro. Al pasar del tiempo vi que mi pasado me pesaba, pero no entendía bien por qué. Lo primero que hice fue culpar a quien me había lastimado. Empecé a quejarme de todo lo que pudiera, sin darme cuenta de que cada queja salía de mi resentimiento e ira. Sin notarlo empecé a vivir con una mentalidad de víctima y esa es mi mayor lección.
Lo que me había sucedido no estaba bien, pero no frente a mis ojos, sino frente al Señor. Delante de Dios la TRAGEDIA del abuso que viví era pecado. ¿Pero, dónde estaba Dios cuando yo sufrí? Lo entendí al morir a esa IDENTIDAD de víctima que asumí y que según yo, me ayudó a sobrevivir. Cristo murió para darme redención de mis heridas y pagar aquel pecado que me ataba. Mi error más grande fue quedarme atorado en la TRAGEDIA del pasado y no vivir la libertad que Cristo me dio sobre mi pecado y el de otros contra mí.
Mentalidad de víctima
Si tienes una mentalidad de víctima, verás toda tu vida desde la perspectiva de que las peores cosas te suceden. La victimización es ver las cosas de la vida en su mayoría como algo negativo, más allá de tu control. Una mentalidad de víctima es evitar asumir cualquier responsabilidad por ti mismo o tu vida. Al creer que no tienes poder para actuar.
Las personas pueden ser víctimas inocentes. Podemos sufrir un mal injusto a manos de otros. Pero debemos tener cuidado de pasar de ser una víctima inocente a adoptar una mentalidad de víctima.
Aquí hay 6 razones por las que:
- La Biblia no fomenta la mentalidad de víctima
La Biblia reconoce la realidad de las víctimas inocentes, pero no afirmar la mentalidad de víctima. Vemos esto primero en la vida de Jesús. Si alguien tenía derecho a adoptar una «mentalidad de víctima», culpando a otras personas de su sufrimiento injusto, era Jesús (Fil 2:7-8, Heb 12:2, 1P 2:21-24, etc), pero no lo hizo.
Una mentalidad de víctima no es una respuesta bíblica al sufrimiento injusto.
- La mentalidad de víctima distorsiona nuestra visión de la realidad
Cuando adoptamos una mentalidad de víctima, tendemos a ver las cosas a través de una lente negativa. Magnificamos las cosas malas que nos suceden y las atribuimos exclusivamente a personas y fuerzas fuera de nuestro control, perdiendo la perspectiva de la realidad.
- Nos ciega a nuestro propio pecado y nuestra necesidad de un Salvador
Una mentalidad de víctima maximiza el daño que se nos ha hecho y minimiza nuestra propia pecaminosidad. Después de todo, nuestro pecado no es nada comparado con lo que otros nos han hecho, a menudo tenemos un papel que desempeñar en la forma en que han resultado las cosas. No quiere decir que tengamos responsabilidad sobre la TRAGEDIA en nuestra vida pero sí tenemos responsabilidad en como asimilamos ese pasado. Nos sentimos tan mal por lo que nos pasó que nos volvemos ciegos a nuestro propio pecado. Si estamos ciegos a nuestro propio pecado, estamos ciegos a nuestra necesidad de ser rescatados del pecado. Estamos ciegos a nuestra necesidad de un Salvador.
- Nos empobrece
Uno de los impactos más dañinos de una mentalidad de víctima es lo que le hace a las personas que la tienen: les quita casi toda su iniciativa para mejorar su situación. Pierden la capacidad de influir positivamente en sus circunstancias y mejorar sus vidas. Son rehenes de sus circunstancias.
- Drena la alegría de la vida
Porque no estamos agradecidos por nuestras bendiciones. Una mentalidad de víctima no solo distorsiona y magnifica nuestras dificultades, sino que también minimiza nuestras bendiciones. Esto no es bíblico. Como cristianos, Dios nos ha dado todas las bendiciones espirituales en Cristo (Ef 1:3), por lo que podemos estar agradecidos sin importar nuestras circunstancias terrenales (Col 2:6-7). Podemos regocijarnos incluso en nuestros sufrimientos.
- Daña las relaciones
Si estás en relación con una persona que tiene una mentalidad de víctima, es probable que no asuma la responsabilidad de sus acciones en la relación. Si alguna vez hay tensión, será tu culpa. Si hay un conflicto, tú eres el culpable, no ellos. No estarán abiertos a ser confrontados por su pecado.
Confía tu vida a Dios mientras haces el bien
La Biblia nos muestra que hay una mejor manera de vivir la vida que culpar constantemente a los demás por tus desafíos. Como portadores de la imagen de un Dios creativo, tenemos la capacidad de tomar la iniciativa, elegir nuestra respuesta y actuar sabiamente sin importar lo que enfrentemos.
Dios es más fuerte que el abuso pasado
En cierto sentido, todo cristiano está aprendiendo a ser más humano. La caída nos separó de Dios y nos dejó quebrados y apartados de nuestro Creador. Cuando nos convertimos en creyentes, nos unimos a Cristo y nos relacionamos con nuestro Padre.
Aprendemos quién es Dios: Creador, Redentor, Rey, bueno, sabio, amoroso, justo, todopoderoso, majestuoso (Éx 15:11), tierno, Él es nuestro refugio (Sal 91:4). Aprendemos quiénes somos: elegidos por Dios, adoptados en su familia como hijos, redimidos, perdonados (Efe 1:3–10). Estas verdades redefinen nuestra IDENTIDAD, relaciones, trabajo, etc.
Para aquellos que han sido abusados, el contraste puede ser aún más marcado. El abuso no se limita a mentir usando palabras; vivencialmente grabadas, esas mentiras en nuestro corazón y en el cableado de nuestro cerebro. Nuestras creencias deben reescribirse, no solo con palabras verdaderas, sino también con experiencias de bondad y fidelidad.
Estar en una sólida comunidad cristiana, donde la verdad y el amor de Cristo no solo se habla sino que se vive, es esencial en esta reescritura, además de la consejería y otra ayuda profesional. Nuestros corazones y mentes pueden reescribirse.
Cambiado para siempre
La tragedia, no deja ni puede dejar a quienes la presencian, igual que antes. La vida vuelve a la «normalidad», porque debe hacerlo, pero para nosotros, tocados por la tragedia cambiaremos para siempre. O nos volveremos amargados, incrédulos y desesperados, o nos convertiremos en aquellos que esperan contra toda esperanza en la realidad de un Dios que trae vida después de la TRAGEDIA y aún después de la muerte.
He estado, en varias ocasiones, enojado, confundido y superado por la parálisis de un dolor que nunca puede ser «procesado» adecuadamente. He tenido días de tristeza, días que deseaba limpiar mi corazón con lágrimas de dolor. Y he tenido momentos con mi Salvador en los que me ha encontrado con Su Palabra y me ha dado exactamente lo que mi corazón buscaba desesperadamente: no respuestas, sino presencia, consuelo, esperanza, vida y propósito.
Porque el Señor ha consolado a su pueblo y tendrá compasión de sus afligidos. (Is 49:13)
POR: Jorge Luis Rodríguez