“Mujer, eres la gloriosa portadora de la imagen del Señor Jesucristo; la corona de su creación”; John y Stasi Eldredge – Cautivante.
¿Qué pensaría de esta frase, Rahab, aquella mujer joven, de la cual la Biblia señala que no tenía marido y que su fuente de trabajo era vender su propio cuerpo? O ¿Qué pensaría Sara, la esposa de Abraham, de edad adulta y que era estéril? Seguramente no lo hubieran creído dentro de su herido y quebrantado corazón. Una mujer anciana y una prostituta. Mujeres comunes que fueron estigmatizadas y relegadas por una sociedad que no las miraba bien.
Al fin y al cabo, ¿a quién le interesa contratar a una mujer de edad adulta en una empresa? ¿O una prostituta que represente al curso de mi hijo? Parámetros que nuestra sociedad cataloga a una verdadera mujer. Pero para Dios no es así. Dios sanó el quebrantado, herido y sangrante corazón de estas dos mujeres; las tomó de sus manos y caminó con ellas hasta el punto de convertirlas en protagonistas de la historia de su pueblo.
Nosotras las mujeres nos volvemos hermosas, radiantes y cumplimos a plenitud con nuestro propósito cuando nos sentimos deseadas y amadas; y no necesitamos esperar por un hombre para esto. La gran historia de amor que nos lleva a resplandecer en este mundo hostil, es la apasionada búsqueda de nuestro corazón por parte de nuestro Creador, quien mejor nos conoce y más nos ama.
Mientras más nos adentremos en una verdadera intimidad con Dios, más fuertes serán los lazos de amor con Él como mujeres; y más fácil será para Él sanar y restaurar nuestras vidas y proyectarlas a lo que siempre soñó para nosotras sus Amadas, ser Coronas de su Creación.