Con esperanza es posible ser un sobreviviente. Y aún más.
A lo largo de los siglos, cuando las cosas parecían más oscuras, Dios ofreció a su pueblo esperanza. Esta ha sido la historia de la humanidad desde el principio. Todo comenzó con la promesa de Dios a Adán y Eva: Algún día, alguien vendría a restaurar el orden al caos que habían creado.
Hoy celebramos el cumplimiento de esa promesa de esperanza, el nacimiento del Mesías, Jesús. Dios continúa ofreciéndonos esperanza a través del nacimiento, la muerte y la resurrección del bebé que nació en Belén, hace más de 2000 años. Nuestra esperanza no es solo optimismo; es una relación restaurada con nuestro Creador que, gracias a Su amor infinito, ha hecho posible eso, a través de la vida, la muerte y la resurrección del bebé que celebramos en la Navidad.
Sin embargo, muchas personas aún viven vidas sin esperanza. Corazones lastimados, vidas quebrantadas y hogares divididos parecen destruir cualquier esperanza dentro de nosotros. Es por eso que tener a Jesús es tan importante: la esperanza, la luz que El ofrece trae sanidad, significado y propósito para nuestro presente, no solo para la eternidad. De hecho, Jesús dijo que vino para que pudiéramos tener vida y vida en abundancia.
La esperanza de Dios llega a nuestros corazones, vidas y hogares aquí y ahora. En esta temporada de Navidad, hagamos una pausa y reflexionemos sobre nuestro propio nivel de esperanza. El nacimiento de Jesús es más que una historia religiosa; su oferta de paz y alegría puede ser nuestra realidad hoy. Él nos invita a abrazar Su esperanza, Su amor, Su reconciliación con nuestro Padre. En Jesús, la esperanza ha llegado. ¡Invítalo a tu vida!