Otra vez se te fue una mentira. Te entristeces, te enojas, sientes que no haces lo suficiente para cambiar y lo único que queda es… ¡culparle al diablo!
Desde tiempos prehistóricos el ser humano ha tenido la predisposición a culpar a otros por sus errores. No nos gusta ser señalados ni responsabilizados por nuestras equivocaciones. A veces culpamos a alguien más, también culpamos a Dios de nuestro dolor, y cuando se nos agotan los recursos, culpamos al diablo.
Decimos que mentimos porque el diablo nos tentó. Besaste a la chica que no debías y luego dices que no querías, pero el diablo te empujó a hacerlo. Le gritaste a tu hijo y a tu esposa y luego les pides perdón, ellos te preguntan por qué lo hiciste y tu respuesta es que el diablo te tentó.
¿Qué dice la Biblia al respecto?
Al contrario, uno es tentado por sus propios malos deseos, que lo atraen y lo seducen. De estos malos deseos nace el pecado; y del pecado, cuando llega a su completo desarrollo, nace la muerte. (Santiago 1:14-15)
¡Tus propios malos deseos son los que te llevan a equivocarte!
Así que, la próxima vez que te equivoques reconoce que fue TU error y no la influencia de cualquier otra persona o fuerza. Mira a los ojos al otro y dile «Me equivoqué, perdón». No culpes a nadie más. Reconocer que no eres perfecto y que puedes fallar es un paso importante para crecer y cambiar. No todo es culpa del diablo.