“Mi corazón entona la canción, cuán grande es Él.” (Carl Boberg, 1885)

La canción: “Cuan grande es Él” fue escrita por El reverendo sueco Boberg, es un poema que fue combinado con una antigua melodía del folclore sueco, y cantada por primera vez en público en una iglesia en la provincia sueca de Värmland, en 1888.

¿Cómo un par de versos puede perdurar tantos años?  Pueden ser muchas las razones lógicas, por ejemplo el hecho de que el himno fue acogido por Billy Graham en sus reuniones multitudinarias evangelistas a mediados de los años cincuenta. Pero creo que va mucho más allá. Si algo puedo identificar dentro de su prosa: es la profunda adoración que transmite el autor. Sin duda se trata de una oración que parte desde un corazón finito directo a conmover lo eterno.

En su mayoría quienes conocemos y amamos a Dios asociamos a la oración como aquel momento efímero y pasajero en el que aprovechamos que El Rey del universo está cerca para contarle nuestros problemas y necesidades, esperando impacientemente que Él mismo tenga la solución inmediata. Como aquel empleado que se acerca a su jefe para pedirle un aumento de sueldo o aquel niño que pide la colación a su padre.

He ahí la importancia de poder expresar nuestra adoración antes de dirigirnos al Creador del universo. Ahora entiendo porque en Santiago 4:3 dice: “Y cuando le piden a Dios no reciben nada porque la razón por la que piden es mala, para poder gastar en sus propios placeres.”

Es por esto que: La adoración nos ayuda a ubicarnos: deja en claro quién es el verdadero pedidor y dador. Nos ayuda a humillarnos: colocamos nuestras almas bajo su señorío y autoridad. La adoración nos ayuda a distinguir: nos hace entender cuán grande es Él en comparación a nuestros problemas.

Dios sabe todo aquello que necesitamos y anhelamos, sería ilógico repetirlo, es por ello que antes de orar se recomienda empezar con una adoración. La adoración es el reconocimiento de la grandeza del Creador. Es empezar una oración en la cual exaltamos la grandeza de Dios, reconocemos por encima de cualquier necesidad, emoción, idea o preocupación, lo grande que es Él. Es decir: decidimos enfocarnos en Él por encima de cualquier cosa que estemos pasando, para adorarlo y expresarle nuestro amor.

A veces con una poesía, tal vez con una canción, un baile o simplemente con tus lágrimas y suspiros. No importa la manera ni el medio lo importante es el mensaje. Quizá por esto Jesús presentó como modelo de oración una que empezaba algo así: “Padre nuestro que estás en el cielo santificado sea tu nombre…”

Estoy seguro que ahora cada vez que decidas separar un espacio para hablar con tu Creador querrás empezar con una gran adoración, una que descomponga los lugares celestes, que consiga hacer temblar los infiernos y que haga conmover el corazón de aquel que te amó primero. Tal vez te sorprendas y la letra que escribas siga perdurando a través de las generaciones.