Cuando compartes tu vida con una persona, realmente llegas a vivir junto con él/ella todos los estados emocionales que su corazón experimente. Aunque no nos guste la idea, así es; aunque el mundo entero a través de películas y cuentos nos pinten que en el matrimonio solo habrá gozo y felicidad, en el matrimonio habrá momentos también de tensión. Es más, antes de pronunciar las palabras: ¡sí, acepto!, en el altar; quien preside los votos matrimoniales te lo dice fuerte y claro: ¿promete serle fiel, amarle, cuidarle y respetarle, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, en la alegría y la tristeza, todos los días de su vida? Pero estas promesas se quedan sólo en un rito porque olvidamos sus líneas, su concepto, su magnitud y llegamos al matrimonio creyendo que mi cónyuge siempre tendrá una enorme sonrisa y la mejor disposición frente a cualquier evento.
La verdad es que todos quienes estamos casados hemos aterrizado en la interrogante: ¿y ahora qué le pasa o qué le pasó? Y me refiero a esas ocasiones en las que después de un día agotador, desgastante, cuando tu corazón anhela llegar a la comodidad del hogar, al hacerlo descubres que tu cónyuge no está con el mejor ánimo. O cuando están platicando mientras disfrutan de un café, llega un punto en el cual los dos tienen puntos de vista diferentes y ahí nace un ceño fruncido y el tono de la conversación cambia. Y casi olvido de aquellas situaciones que de la nada recibes una contestación un tanto cortante, donde ni te regresa a ver, porque está concentrado en otra actividad; y, uy, eso toca el corazón.
Pero así como nuestros cónyuges tienen días buenos, malos y regulares; debemos reconocer que nosotras también vivimos días buenos, malos y regulares. Así como nosotras vivimos junto a ellos todas las emociones por las que pasan; ellos viven con nosotros todas las emociones de nuestro día a día. Es parte del matrimonio.
Esforzarnos porque no existan estos momentos, sería un esfuerzo sin logro; lo que sí podemos trazarnos es estar conscientes de que al ser una sola carne en el matrimonio nuestras expresiones emocionales afectarán a nuestro cónyuge y desafiarnos a comunicarnos de la mejor manera para evitar lastimar el corazón de quién amamos. Presentarnos como somos, manifestar nuestra molestia, está bien; pero siempre teniendo presente que todo, aún esos momentos de mal humor, deben ser llevados con sabiduría, con calma y con amor.