Perdonar no es aprobar el mal; es renunciar al derecho de hacer justicia con mis propias manos y entregar el caso al Juez justo. Muchas veces cuesta hacerlo porque nuestro corazón anhela que la persona que nos hirió pague cada centavo robado, sufra cada lágrima derramada o experimente el mismo dolor que nos tocó vivir. Y cuando vemos que esa persona prospera, sonríe y parece disfrutar de la vida, el dolor crece aún más.
El salmista Asaf vivió esa misma lucha. En el Salmo 73 confiesa que envidiaba a los malvados, pues veía cómo prosperaban mientras él trataba de mantenerse puro: “¿De qué me sirve mantener mi corazón limpio, si a ellos todo les sale bien?” se preguntaba. Pero al entrar en la presencia de Dios entendió la verdad: el mal no queda sin respuesta. Dios es justo y Él mismo se encargará.
Asaf terminó reconociendo: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra” Salmo 73:25. Esa es la clave, soltar la necesidad de venganza y descansar en que Dios hará justicia.
Cuando perdonas, no pierdes. Ganas libertad al confiar en el único Juez perfecto.