La muerte parece ser el adiós más doloroso de todos. “Dios nunca tuvo la intención de que el corazón humano sintiera la punzada de la separación”, recuerda Max Lucado. Y tiene razón. Para muchos, esa palabra —adiós— sigue siendo un desafío. Decirla a un ser querido, a un sueño o a una etapa de la vida es caminar por un valle de soledad donde la tristeza parece robarnos la fuerza
El mundo sigue girando, pero tú te quedas quieto, mirando atrás, deseando que nada hubiera terminado. Sin embargo, Max nos recuerda una verdad poderosa:
- “Cuando parece que todo ha terminado, Dios apenas está comenzando”. En medio del duelo, la esperanza susurra al corazón: no es el final. Porque un día, en el calendario de Dios, habrá una reunión familiar.
“Porque cuando Dios dé la orden por medio del jefe de los ángeles, y oigamos que la trompeta anuncia que el Señor Jesús baja del cielo, los primeros en resucitar serán los que antes de morir confiaron en Él. Después, Dios nos llevará a nosotros, los que estemos vivos en ese momento, y nos reunirá en las nubes con los demás. Allí, todos juntos nos encontraremos con el Señor Jesús, y nos quedaremos con Él para siempre. Así que, anímense los unos a los otros con estas enseñanzas.” —1 Tesalonicenses 4:16-18
Ese será el Gran Día, cuando Cristo regrese, no para tratar con el pecado, sino para salvar a quienes lo han esperado con anhelo (Hebreos 9:28). En ese momento, el Libro de la Vida se abrirá, y Dios pronunciará, uno a uno, los nombres de su familia. Reunirá a quienes aceptaron su invitación en un hogar sin despedidas, sin lágrimas y sin ausencias
No todos querrán vivir ese instante. Así como en el libro de Génesis se registran los nombres de la familia de Jacob que fueron a Egipto con José, el Libro de la Vida también llevará los nombres de quienes forman parte de la familia de Dios. El Señor pronunciará el nombre de cada uno de los que lo recibieron con fe. Respetará la decisión de quienes lo rechazaron y permitirá que sigan el camino que eligieron, lejos de Él por la eternidad. Pero bendecirá a quienes lo aceptaron, y los reunirá para siempre en su gran familia.
Y entonces… no habrá ausentes, ni despedidas, ni lágrimas. “Dios enjugará toda lágrima de los ojos” (Apocalipsis 21:4).
En ese hogar eterno ya no diremos más adiós. Nos reencontraremos con quienes partieron antes, y por fin, la palabra adiós habrá desaparecido para siempre.
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