Dudar está permitido y es necesario.
Desde pequeño fui cuestionado por preguntar mucho, y no solo por la cantidad de preguntas sino por el cuestionamiento que hacía a la tradición, a lo aprendido. Varias veces me dijeron que no pregunte tanto, que la duda no provenía de Dios y que debía creer todo lo que me enseñaban sin hacer preguntas.
Recuerdo una ocasión en la que me dijeron que si seguía dudando dejaría de creer. No fue así, sucedió lo contrario, porque a medida que preguntaba encontraba más respuestas, mientras más luz recibía podía ver más claramente.
Juan cuenta en su evangelio que Jesús se apareció a sus discípulos, pero en esa ocasión no estaba Tomás. Cuando le contaron de la resurrección del Maestro, él dijo
—No creeré nada de lo que me dicen, hasta que vea las marcas de los clavos en sus manos y meta mi dedo en ellas, y ponga mi mano en la herida de su costado.
Si los profesores de educación bíblica hubiesen escuchado a Tomás le habrían dicho que era un incrédulo, que está mal pedir evidencias, que eso no es fe, que Dios no está con él, pero Jesús piensa algo diferente
Ocho días después, los discípulos estaban reunidos otra vez en la casa. Tomás estaba con ellos. Las puertas de la casa estaban bien cerradas, pero Jesús entró, se puso en medio de ellos, y los saludó diciendo: «¡Que Dios los bendiga y les dé paz!» Luego le dijo a Tomás:
—Mira mis manos y mi costado, y mete tus dedos en las heridas. Y en vez de dudar, debes creer.
Jesús le brinda evidencia al que pide evidencia, da respuestas al que pregunta. No se asusta con tus inquietudes, ni se deprime porque estés dudando. Él es más grande que todo, incluidas tus dudas y preguntas.
Muchos dirían que debemos creer sin ver, sin esperar nada, y es la experiencia de miles, pero no de todos. También somos miles los que buscamos respuestas y en Dios encontramos palabras que traen agua a nuestras mentes sedientas.