“No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz, sino espada. Porque he venido a poner en conflicto. Al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra su suegra; los enemigos de cada cual serán los de su propia familia”. Mateo 10:34-36

Paúl Coughlin, escritor cristiano, titulaba a su libro “No más cristianos buena gente”.  En el producto comunicacional insta a los lectores a hacer una retrospectiva de los cristianos en la actualidad y por lo tanto del concepto que tenemos de Jesús.

Después de analizar este fragmento del libro pude comprobar que quienes nos catalogamos como cristianos hemos querido fabricar un Jesús a nuestra medida, lo colocamos dentro de 4 paredes e intentamos ubicarlo con todas las características que a nuestro parecer serías las mejores. Pensamos que Dios sería de tal o cual forma sin darnos cuenta que él no fue un hombre agradable ante los ojos de la sociedad.

Fariseos enfurecidos, gobernantes consternados y pecadores deslumbrados era solo una parte del resultado que dejaba una visita del carpintero a un pueblo o ciudad de la época.

Cuando Jesús vio a tanta gente, subió a una montaña y se sentó. Los discípulos se le acercaron, y él comenzó a enseñarles:

«Dios bendice a los que confían
totalmente en él,
pues ellos forman parte de su reino.
Dios bendice a los que sufren,
pues él los consolará.
Dios bendice a los humildes,
pues ellos recibirán la tierra prometida.
Dios bendice a los que desean la justicia,
pues él les cumplirá su deseo.

Este discurso de Jesús ahora nos parece inofensivo, pero para la época era un discurso antisistema, anticultura y se desprendía de un revolucionario que se parecía a un huracán, después de su paso por un lugar, este quedaba totalmente cambiado.

Cambiar este concepto de Jesús sencillamente sería negarlo. Es necesario hacer hincapié en que la revolución que implementa Jesús llevaba como sello la pasión de su Padre, no se trata de un nuevo movimiento político o religioso, peor aún una nueva moda. Se trata del hijo de Dios humillado dispuesto a buscar y conquistar, aquel que con cada discurso destrozaba el de sus contemporáneos, que hasta ahora quien se atreve a nombrarlo o seguirlo seguirá sintiendo los efectos de ese huracán que cambia, transforma, desbarata corazones, en ocasiones revuelve ciudades y  como van las cosas parece no tener fin.