Uno de los recuerdos más presentes en mi memoria es cuando mi mamá nos leía cuentos antes de dormir. Entre mis favoritos estaban el Dr. Bob y la Ballena Varada, el Romance de la Condesita, No te rías Pepe y un capítulo Charlie y la Fábrica de Chocolate. Las noches eran preciadas para mí y al recordarlas no puedo evitar derramar unas cuantas lágrimas. No solo nos leía cuentos, sino relatos de la Biblia que poco a poco se convirtieron en los pilares y los fundamentos de mi fe. Me encantaba escuchar las historias de Antiguo Testamento y mi favorita siempre fue la manera en la que Dios mostró al pueblo de Israel la sabiduría de Salomón. Una historia un poco dramática e inusual y sin embargo una de mis preferidas.

Recuerdo que veía a Israel como un pueblo ingrato, malvado y tonto. Mi perspectiva se consolidaba cada vez más cuando escuchaba de todas las veces que se alejaron de Dios y corrieron tras otros ídolos. Incluso el Rey Salomón, hijo de David, cayó en la adoración a otros dioses.

Y así crecí, con historias de la Biblia y en la iglesia cristiana. Mientras pasaban los años, comencé a notar un deseo de ser aceptada, amada y correspondida. Quería agradar a otros sin importar qué. Y para eso tenía que actuar como era debido. Me propuse a ser una “buena cristiana” con una lista interminable de cosas que debía hacer y otras que no. Me encantaba ir a la iglesia y pasar con el grupo de jóvenes, hacía todo lo que una cristiana debía hacer: leer la Biblia, subrayar versículos, orar (de vez en cuando), llorar en la adoración, ser carismática, amigable, no decir malas palabras, etc. Sin embargo, mientras más intentaba ser aceptada y agradar a otros, más cansada y más sola me sentía. Pero nadie lo sabía. O al menos eso creía.

La Biblia dice que Dios escudriña las profundidades del corazón del hombre y que Él no puede ser engañado.

No fue sino hasta que después de una época llena de dolor, sufrimiento y pérdida que por la gracia de Dios pude ver que, aunque vivía, actuaba y hablaba como una cristiana era como Israel: corriendo tras otros ídolos.

Estos dioses no solo eran de madera, de bronce ni de oro. Mientras más leía la Biblia más me daba cuenta que los ídolos de plata y metal no son los únicos que hay. Como Juan Calvino dijo: “el corazón del hombre es una fábrica de ídolos”, y muchas veces estos son de carne y hueso.

Al ver mi vida a la luz de la Palabra pude entender que el agradar a los demás era solo el fruto de algo más profundo: una adoración a mí misma. Pensaba que lo merecía y me preguntarás, ¿Por qué eso es malo? Bueno es esencialmente perverso porque el único que se merece adoración es Dios. Nosotros solo somos la creación de un Creador, las vasijas de un Alfarero y las ovejas de un Pastor.

¿Cómo empieza el problema?

En nuestro corazón.

Jeremías 17:9 dice que nuestro corazón es perverso, que nadie lo podrá comprender. De él salen las guerras, los conflictos y las envidias (Santiago 4:1). Nuestro corazón sin Cristo no tiene esperanza y siempre buscará adorar a otra cosa que no sea el Creador. Esto lo podemos ver en Romanos 1:22-23, donde la Biblia afirma que el ser humano ha intercambiado la adoración a Dios por la adoración al hombre y a la creación.

¿Cómo reconozco si tengo otros dioses aparte del Señor?

El rey David usualmente clamaba a Dios para que le revelara lo que ocultaba su corazón (Salmo 139:23). Ninguno de nosotros está exento de poner cosas, situaciones o personas por encima de Dios. De hecho, constantemente lo hacemos y les damos atributos que solo le pertenecen a Él. Les dedicamos tiempo, recursos y esperanzas. Por ejemplo, al adorarme a mí misma me enfoqué en lo que las personas pensaban de mí, en caerles bien y en cambiar de acuerdo a lo que pensaba que les gustaba. Creía que era infalible.

Sentía que merecía cosas y cuando no las tenía, caía en una profunda tristeza mezclada con ira. Nuestros ídolos siempre nos van a decepcionar porque nunca cumplirán nuestras expectativas. Nunca nos darán lo que queremos y si lo hacen será por un momento y de las peores maneras.

¿Cuál es la verdad?

Hay un solo Dios constante y fiel que merece nuestra adoración. Este mismo Dios dio su vida por nosotros en una cruz y pagó la deuda por nuestro pecado. Lo que en verdad nos merecíamos era la muerte y la destrucción y Él lo intercambió por salvación y vida eterna a un gran precio.

¿Qué tengo que hacer?

Lo primero es dejar de correr hacia nuestros ídolos y correr hacia nuestro Salvador, el que es verdaderamente infalible. Como lo hizo con Israel, si confesamos nuestros pecados y nos arrepentimos, Él nos perdonará y nos limpiará de toda maldad. Nos ayudará a ser fieles por medio de su Espíritu Santo. Él es el único que se merece reverencia, reconocimiento y obediencia y si no creemos eso entonces debemos preguntarnos ¿En qué clase de Dios estoy creyendo? Y si Él no se merece mi adoración entonces ¿por qué otras cosas sí se la merecen? ¿por qué yo sí me la merezco?

Si no nos arrepentimos y continuamos ocultando nuestra adoración a otras cosas que no son Dios o seguimos utilizándolo a Él como el medio y no como el fin (como fue mi caso), sufriremos las consecuencias de nuestro pecado, tal como Israel.

En esos momentos donde estamos buscando o corriendo a nosotros o a otras cosas por ayuda debemos preguntarnos ¿Por qué creo que encontraré esperanza en este lugar? ¿Dónde se encuentra mi fe cuando hago o digo esto? ¿Qué obtendré al buscar seguridad en mí persona?

Enfoquémonos en conocer al Señor

Cuando pretendía ser cristiana para obtener una buena reputación solo leía mi Biblia, nunca medité en ella. Me conformaba con ir el domingo a la iglesia y leer unos cuantos capítulos a la semana. Leamos nuestras Biblias intencionalmente, haciendo preguntas, observando principios bíblicos, el carácter de Dios y la naturaleza del ser humano.

Oremos constantemente utilizando la Biblia como fundamento, no solo para pedir cosas sino para adorar a Aquel que dio su vida por nosotros y que constantemente nos muestra su gracia. Tengamos tiempos de soledad, tiempos de silencio.

Busquemos personas que caminen con nosotros, que amen a Cristo y que puedan crecer a nuestro lado. Personas a las que demos cuentas de nuestra vida (pues nuevamente, no podemos ser confiables), personas que nos reten y nos amen a seguir la mirada puesta en la eternidad.

Y al ser obedientes, cada día, veremos como el Dios Todopoderoso derrumbará nuestros ídolos de barro.

El Salmo 100:3 nos habla de una hermosa verdad.

“Reconoced que Jehová es Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado”.

 

ESCRITO POR: Gabriela Puente