El dolor y la necesidad de atención y aprobación pude convertirnos en personas perfeccionistas extremas y difíciles de tratar. Una madre con este perfil se caracteriza porque:
- Es híper-exigente. Tiende a enloquecer a los demás, es dictadora en el hogar, hace exigencias irreales, se niega a ceder.
- Desaprueba con facilidad. Es quisquillosa, perfeccionista, siempre quiere y exige más, nunca está satisfecha, es difícil de agradar.
- Es ensordecedora. Parece un megáfono andante, habla hasta el cansancio, siempre tiene un sermón en la punta de la lengua.
- Es destructora. Se enoja con suma facilidad y en forma descontrolada. Pare una persona volcán, explota con facilidad.
- Es quejumbrosa crónica. Tiene un complejo de mártir.
- Es grosera. Tiene lenguaje cáustico, desanima con sus comentarios en lugar de animar.
Estos rasgos de comportamiento tienen su origen, en primer lugar, en el dolor. En situaciones como estas, te invito a pensar que la primera y más grande solución al dolor es el perdón. El perdón es un acto de madurez. Nuestra madurez espiritual y emocional se revela en la forma que respondemos al dolor que nos han infringido. San Pablo dijo: Sopórtense unos a otros, y perdónense si alguno tiene una queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes. (Colosenses 3:13 DHH). Mientras que el sabio Salomón dijo: “Cuando se perdona una falta, el amor florece, pero mantenerla presente separa a los amigos íntimos”. Proverbios 17:9 NTV.
En segundo lugar las personas perfeccionistas y difíciles de tratar suelen buscar atraer atención y aprobación de los demás. Cuando estos sentimientos son recurrentes, ayudará recordar que en Cristo ya somos aprobados, somos aceptados por Él. “Por lo tanto, acéptense unos a otros, tal como Cristo los aceptó a ustedes, para que Dios reciba la gloria”. Romanos 15:7 NTV.