Requiere valentía pero, si estás decidido, párate al borde de un lago, río o el mar cuando esté haciendo frío.

Si no tienes la suerte de estar cerca de ninguno de los anteriores, una piscina, tu ducha o hasta una manguera sirven.

Respira profundo, haz acopio de tu fuerza de voluntad y… ¡entrégate!

Deja que tu cuerpo sienta, de golpe, el agua fría.

¿Por qué sufrir tanto si el agua caliente es tan reconfortante?

Pues la natación en agua fría cada vez gana popularidad con las afirmaciones de que puede transformar su cuerpo y mente.

A lo largo de la evolución, tu cuerpo ha desarrollado una respuesta al estrés que se activa automáticamente cuando está bajo amenaza para mantener su cuerpo con vida.

Es un diseño realmente prolijo y eficiente: todo se pone en marcha al mismo tiempo, y afecta el cuerpo completo, desde el cerebro hasta los dedos de los pies.

Y resulta que tu cuerpo considera el agua fría como una gran amenaza, así que activa la respuesta primaria al estrés.

Existe una creciente evidencia de que los nadadores de invierno son más resistentes a ciertas enfermedades e infecciones, como las del tracto respiratorio superior; hay indicaciones de que las experimentan con menos frecuencia y de manera más leve.

Y los científicos piensan que podría ser el agua fría, no la natación, lo que da el beneficio.

Un estudio aleatorio controlado que se llevó a cabo en los Países Bajos durante lo meses de invierno mostró que los voluntarios a los que se les pidió que tomaran duchas frías de 30 segundos todas las mañanas durante 60 días se enfermaron un 30% menos de días que el grupo de control, que disfrutó bañándose sin congelarse.