Cervantes lo dijo bien “Las comparaciones son odiosas.” Nos pueden dejar sintiendo menospreciados y sin valor, o, por otro lado, podemos presumir e hincharnos de orgullo. Preferimos evitar esos sentimientos desagradables en nuestras vidas como mujeres y madres. ¿Entonces por qué hacemos comparaciones todo el tiempo entre nuestros hijos y otros niños?
Cuando nuestros hijos son pequeños, estamos siempre vigilando su desarrollo y comparándolos con otros bebés de la misma edad. Y está bien hacerlo si nuestra meta es asegurar el desarrollo normal de nuestro bebé. Pero debemos tener en cuenta que cada niño tiene su proprio ritmo y el rango de “normal” es muy amplio. Quizás tu bebé será el último en su grupo de pares en aprender a gatear, pero no te sientas mal por eso. Es poco probable que cuando sea una persona adulta las personas pregunten acerca de la edad cuando aprendió a gatear. Estos son asuntos pequeños en el gran esquema de cosas.
Y si al hacer comparaciones te das cuenta que tu hijo necesita una ayuda extra para alcanzar un hito de desarrollo normal, no te desesperes. El descubrimiento de un área en la que debe desarrollarse tu hijo, es una oportunidad para ayudarlo, nutriéndolo para que crezca en las capacidades que Dios le ha dado. Dios mismo nos dijo en la Biblia que “Somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica,” (Efesios 2:10). Creados en Dios, con propósito, se aplica tanto al niño precoz como al niño discapacitado. Todos tenemos valor.
Es importante reflexionar sobre lo que estamos valorando cuando hacemos comparaciones. Muchas veces nos sentimos desilusionadas al comparar nuestros hijos con otros porque estamos valorando cosas fugaces como el estatus, la popularidad y la admiración de otros. Pero no son los valores del reino de Dios, un campo en el cual la diversidad es sumamente importante. Nadie será el mejor todas las áreas porque Dios no lo diseño así. De hecho, Él quiere que seamos una comunidad diversa, dependiendo y preocupándonos los unos por los otros.
1 Corintios 12:18-20 dice: “En realidad, Dios colocó cada miembro del cuerpo como mejor le pareció. Si todos ellos fueran un solo miembro, ¿qué sería del cuerpo? Lo cierto es que hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo.” Dejemos de hacer comparaciones entre nuestros hijos y otros para empezar a destacar y celebrar las diferencias que reflejan la diversidad del cuerpo de Cristo.
Beth Saavedra
Iglesia la Viña Quito
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