“No te pido que los quites del mundo sino que los guardes del mal”

Juan 17:15

Recuerdo cuando nació nuestro primer hijo, empezaba en invierno en México, la zona donde vivíamos era un poco fría, una ocasión mientras lo bañábamos en su tinita mi esposo tapó la rendija entre la puerta y el suelo con una toalla para que el cuarto no se enfriara; mi Mamá suavemente nos explicó que tantos cuidados harían al bebé delicado, que debemos dejar que poco a poco su cuerpo se fortalezca y se adapte a los cambios de clima, sonriendo exclamó: “no pueden tenerlo en una burbuja”.   Qué razón tenía mi Mamá y que gran lección aprendimos.  De hecho se cree que la sobreprotección hace a los niños más vulnerables a enfermedades respiratorias, incluyendo el asma y delicados de estómago, por no dejar que se fortalezcan con una vida normal, supervisando pero sin sobreprotegerlos.

Tal vez esta historia nos invite a reflexionar, se trata de una mamá canguro que amaba tanto a su bebe cangurito, que lo guardaba celosamente en la bolsa de su estómago. Cuando creció y trataba de salir, su mamá le sugería que era mejor seguir protegido cerca de ella, que lo amaba mucho para exponerlo, el bebé canguro complaciente seguía en la bolsa de mamá.  Pasó el tiempo y mamá canguro murió, entonces el bebé canguro por primera vez tenía que desprenderse de mamá.  Grande fue la sorpresa de todos los presentes, al observar al bebé canguro que tenía cuerpo de niño y piernas de bebé, no había desarrollado sus patitas, no tenían fuerza ni sabían cómo saltar.  El pobre bebé canguro tuvo que vivir dependiendo siempre del alma generosa de otros que le ayuden a sobrevivir.

A veces los padres no entendemos que nuestros hijos deben ser entrenados para ser luz en la oscuridad, para ser sal en el mundo y no en el salero.

Jesús conociendo nuestro amor, un tanto inmaduro, oró “no los quites del mundo”, estoy convencida que debemos entrenar a nuestros hijos para marcar la diferencia en medio de su generación y la única manera es que la conozcan.  Expongámoslos desde que son niños, a desarrollar amigos que puedan amar y sostener en oración hasta ver como Dios conquista corazones para Su Reino, que estén claros en su fe, compromiso y pacto con Dios,  que conozcan el corazón del Padre para saber amar.

¿Cómo florecer cuando alrededor hay lodo?  Cuando han recibido la revelación del amor de Dios, tendrán la revelación de su propio corazón y entenderán su llamado: marcar la diferencia y ser un camino que conduzca al Padre.  Entrenarlos para ser diferentes y seguros de sus principios, pero misericordiosos y compasivos, caminando como Jesús, amando y estableciendo el Reino.

Por eso es necesario hablar constantemente con nuestros hijos de las luchas y críticas que enfrentarán, pero con la convicción que Dios está siempre con ellos, les ha regalado el libre albedrío y la forma de decidir es que aprueben lo que Dios aprueba, que aborrezcan lo que El aborrece y que la ley que los gobierne sea su amor profundo y genuino por Dios.  Estar conscientes que son una pieza insustituible del gran rompecabezas del siglo XXI, del sueño de Dios para esta generación.

Nacieron para establecer el Reino de Dios, amándolo y amando Su generación.