Hoy las amplias salas de la Galería de la Fe se abren para encontrarnos con el retrato de George Grenfell, predicador inglés, quien sentó las bases de la evangelización en una de las regiones más históricas de África. Durante más de dos décadas, el misionero llevó la Palabra del Señor en medio del pecado, el alcoholismo, el salvajismo, la brujería y el canibalismo.
Durante más de dos décadas, Grenfell se movió por las aguas del río Congo, el más importante de África, en un pequeño vapor llamado La Paz, siempre buscando ganar un espacio para el Evangelio en el corazón de las tribus más distantes y salvajes, y al final de su cometido tuvo la dicha de ser recibido con himnos cristianos en lugares donde una vez se había encontrado con una lluvia de flechas envenenadas.
Durante 1882, bajo el amparo financiero de Robert Arthington, un filántropo británico, el predicador supervisó la construcción de una embarcación, bautizada como La Paz, de 78 pies de largo, destinada a llevar las Escrituras a miles de seres humanos que desconocían el cristianismo y vivían de espaldas al Señor.
En diciembre del mismo año, el trabajo culminó y el misionero llevó el barco desmontado al África junto con un grupo de ingenieros. En suelo africano, sin mayor apoyo, debido a la muerte de sus acompañantes, Grenfell tuvo que emprender la tarea de unir la nave personalmente con la guía divina de Jesucristo.
El armado del vapor, conocido después como “el barco de Dios”, fue producto de la oración y de la fe en el Todopoderoso que hizo posible que se juntaran las piezas después de un arduo y laborioso trabajo. “Ella vive, ella vive”, gritaron los nativos cuando vieron que la nave se movía en el agua.
El 1 de julio de 1906, después de luchar durante varias semanas contra la fiebre, George Grenfell dejó de existir cuando se encontraba en plena labor misionera. Antes de morir, el misionero solicitó a sus asistentes que oraran por él y les dijo: “Jesús es mío. Dios es mío”. Tras fallecer, la inspiración de su amor por Cristo quedó regada a lo largo del rio Congo.
FUENTE: Revista Impacto Evangelístico