Por responder mi llamado a tiempo, por abrir tus brazos cuando los míos ya no tenían fuerzas.
Por llenar mi alacena cuando tenía muy poco o casi nada, por cuidar de quienes amo cuando más lo necesitaba. Por tu esfuerzo, sin quejas, sin reproches.
Por el consejo oportuno y la palabra precisa, por no decir nada, pero estar aquí, cerca de mí.
Por el viaje que hiciste con tal de verme, por llegar cuando nadie más llegaba y no irte después.
Por comprometerte en alma y cuerpo; por el tiempo que has invertido, por el esfuerzo que has hecho.
Por no juzgarme, pero hablarme con firmeza y con un profundo deseo de bienestar. Por sanar, por cuida, por reír y llorar conmigo.
Por doblar rodillas sin cansarte, por extender tu mano y no soltarme.
Por demostrarme tu amor incondicional.
Gracias porque cuando te veo a ti, sé que Dios existe y nunca me dejará sol@.