Así de claro, si te fijas en lo que presumes encontrarás aquella carencia de tu corazón.
Por ejemplo, si es habitual para ti presumir tus compras y empiezas a escarbar un poco, te darás cuenta que tu autoestima tiene una carencia: no hay valor propio y por eso recurres a productos, viajes, ropa y otros para sentirte bien. ¿Quiere decir que no vales nada? Al contrario, quiere decir que vales mucho, pero no lo has considerado y por eso te defines por lo que el dinero puede comprar.
Quien siempre está hablando de sus éxitos, de sus logros, de sus metas alcanzadas podría estar escondiendo algo de lo que se avergüenza como sus fracasos y errores. Pretendes desviar la atención hacia lo «bonito» de ti, enviando el mensaje «Me avergüenzan mis equivocaciones, por favor hablemos de otra cosa que me haga sentir bien».
Al contrario, quien habla siempre de sus fracasos podría caer en una falsa humildad, en una constante invitación a recibir elogios y frases condescencientes tipo «no, tu no eres así, eres una buena persona» y de esa intentamos llenar nuestra carencia, algo que no sucederá porque un par de frases no sanarán tu tristeza.
También presumí, por eso te entiendo. A veces mi título universitario, el último regalo, ciertas habilidades como la música, entre otras cosas. La única manera en la que entendí que eso no me definía fue cuando perdí aquello que pensé que me daba valor. En ese momento comprendí que mi valor no estaba en lo que hacía, en lo que compraba, en lo que tenía, sino en quien soy y en quien Dios dice que soy.