Hay escenas que no se olvidan. En mi casa, era el almuerzo. Volvíamos de la escuela, nos sentábamos alrededor de la mesa, y mis hermanas y yo competíamos por ver quién hablaba más, quién contaba más cosas de su día escolar.
Recuerdo a mis papás, atentos, mirando de un lado al otro, recogiendo cada relato de amiguitas, peleas, risas, enojos y aventuras.
Algo similar vivieron los discípulos con Jesús. Regresaban emocionados de sanar enfermos y echar fuera demonios. Era la primera vez que lo hacían, y no podían esperar para contárselo a su Maestro. Al llegar, Jesús los escuchó atentamente y les dijo: “vengan a un lugar tranquilo para que descansen” Jesús sabía que ellos necesitaban ser oídos y también necesitaban descansar, y justo eso les ofreció.
Ese es el sueño de Dios para nuestros hogares, que cada miembro sepa que puede correr a casa y encontrar un refugio.
En medio de los gritos del trabajo, las peleas en una universidad, o las malas notas que pueden traer los pequeños, el hogar debe ser el lugar donde el corazón diga: “sí.. aquí estoy en paz”
¿Podría tu hogar convertirse hoy en ese lugar?