Te ha pasado que ¿te olvidas de algo, no lograste completar una actividad, cometes un error o simplemente no quieres hacer lo que debes hacer porque estás muy ocupada o quizá muy cansada?
Estos días he aprendido que cuando pasa esto y no quiero reconocer que es mi responsabilidad, es un signo de orgullo que está presente en mi vida, debo confesar que es algo que no me gusta saber, no es agradable, pero tampoco es saludable que esta máscara permanezca en mi vida. Decir estas palabras, no resulta fácil, identificarlo tampoco, pero cuando le pides ayuda a Dios, notas que puede haber una gran diferencia, cuyo resultado solo te beneficiará a ti.
Permíteme contarte cuáles son los pasos que di para llegar a este punto, de mirar dentro de mí:
- Reconocer que, sí cometo errores, aunque no parece: ¿Estás hablando en serio? Pero tomo nota de todo, hago una lista de todas las cosas pendientes por hacer, debe haber una equivocación… no existe una mamá infalible, aquí dije bienvenida al mundo real.
- Pedir perdón y perdonar: (suspiro) a veces resulta complicado ¿verdad? Pero es necesario dar este paso, sobre todo porque no nos podemos permitir ir por el mundo con una herida causada en otra persona, y por nuestra culpa. Es un endoso que mancha nuestro testimonio.
- Comenzar de nuevo: Sí es posible, sin castigarnos por los errores que son parte del pasado.
- Orar todo el tiempo: Siempre que vamos delante de Dios, vamos a descubrir las cosas que tenemos que mejorar y cambiar, no tenemos escapatoria.
Dios quiere trabajar en nuestro orgullo, al igual que en nuestra fe, con su ayuda, guía y dependencia podemos llegar a tener Su Gracia para ser transformados, ser asertivos y empáticos para pedir un favor, ser delicadas para llegar al corazón de las otras personas, vivir una vida alegre que contagia, que impacta. Da el primer paso, si es posible.