Recuerdo claramente dónde estaba hace un año, quiénes eran las personas que me rodeaban, las situaciones que afrontaba y las alegrías que estaba viviendo. De verdad, me cuesta creer que ya ha pasado un año.
¿Por qué escribo sobre esto? Porque recuerdo que hace un año pensaba «Jimmy, ¿y si mejor postergamos esta decisión hasta dentro de un año? Podrías arreglar ciertas cosas en este tiempo primero y luego decidir” (de verdad pensé que debía esperar un año para ciertas decisiones). Y pensaba que era imposible, que era demasiado tiempo, digámoslo así: que estaba muuuuuuy lejos. Yo creí que debía hacer en ese momento lo que consideraba porque no había tiempo, porque tenía ser así, y un año después me doy cuenta que hay cosas en la vida para las que no hay apuro.
Ustedes me conocen, en todo yo encuentro una reflexión de parte de Dios para mi, y en esta ocasión fue de las dolorosas: confianza.
En estas semanas entendí que, cuando nos apresuramos es porque desconfiamos. Quizá no lo piensas así “Hoy voy a desconfiar”. Nos desespera no tener en nuestras manos el control, tomamos decisiones precipitadas basadas en la conveniencia o en los hechos momentáneos y no en el sentido común. Dejamos de lado lo que pregonamos los creyentes: la confianza en Dios.
Cómo cuesta mirar las consecuencias de las decisiones apresuradas. Duelen, incomodan, y también desafían a vivir de manera diferente.
Si estabas pensando en esperar un poco sobre ciertas decisiones, no está mal. No caigas en ese cuento de que todo tiene que ser ahora “por si no hay mañana”. Es cierto, debes decir te quiero, debes caminar a tus metas. Hay situaciones que requieren una respuesta y una de ellas es “espera”. No creas que el tiempo se termina y que tus superplanes moverán el universo “para que conspire a tu favor”, por favor no caigas en ese juego (de verdad, hay demasiados cristianos que viven con la idea de que Dios depende de ellos para cumplir su soberana voluntad, se olvidan de que se llama Dios porque… ¡es Dios!). Si debes pausar, hazlo. Si debes esperar, hazlo. Una semana, un mes, un año, el tiempo que sea necesario. Un año es así de breve.
Tan breve es nuestra vida que Dios ya conoce cómo empezó y como terminará; la clave en este camino es confiar en él cada día, en cada pasito, en cada decisión, recordando que nuestros tiempos no son sus tiempos, que nuestro reloj va más lento que el suyo. Él ya estuvo allá, donde tú debes llegar. Su tiempo, mi querido lector, es perfecto.